En la plaza Mayor de Garrovillas de Alconétar no cabía un alfiler este fin de semana. Todos están pendientes del toro. Hasta quienes no van tienen los oídos atentos por si suena la ambulancia. Sería señal de que algún recortador fue cogido y lo llevan al San Pedro de Alcántara a Cáceres, como pasó el sábado.

Para honrar a san Roque y durante seis días este recinto del siglo XV se convierte en improvisado coso por el que transitan morlacos de quinientos kilos. Frente a ellos más de medio centenar de peñas --que han tenido que pujar por ocupar un carro, un acceso de pocos metros-- dan cuenta de viandas y todo tipo de bebidas, a lo largo de un ritual que se celebra desde 1601. La jaula de maderos o la ´empalizá´ son algunos de los refugios repartidos para burlar a los astados. Algunos mozos llevan muletas, otros les hacen recortes y otros les castigan con la pica, como es típico. El toro brama y escupe sangre hasta la extenuación. En las galerías de ventanales que circundan la plaza, espectadores de todas las edades asisten a esta liturgia que mezcla la belleza de una plaza histórica y una cierta querencia por la tragedia a punto de producirse. Así somos. Nos divierte ver cómo nos jugamos la vida.