Wojtyla denuncia la relajación moral del Occidente. "Predomina una civilización que si no es atea de una forma programática, es ciertamente positivista y agnóstica, ya que se inspira en el principio de pensar y actuar como si Dios no existiera".

Esa "antievangelización erosiona las bases de la moral, dañando a la familia propagando el permisivismo moral: los divorcios, el amor libre, el aborto, la anticoncepción, la lucha contra la vida tanto en su fase inicial como en la crepuscular, la manipulación de la vida".

Según el Papa, el laicismo opuesto al Evangelio "opera con enormes medios financieros, no sólo dentro de las naciones, sino a escala mundial". "Uno puede preguntarse, si no es ésta una nueva forma de totalitarismo, sutilmente oculto tras apariencias de democracia".