La elección del próximo guía supremo de los más de 1.000 millones de católicos distribuidos por el mundo compete en exclusiva a un círculo reducido, formado por 183 cardenales originarios de 66 países, de los que 148 tienen más de 70 años. De ellos sólo los que no han alcanzado los 80 años, 117, podrán votar, aunque a los 66 restantes sí se les permitirá intervenir en las sesiones previas de deliberación en las que se cocinan las estrategias de los grupos de purpurados afines. El cuerpo electoral ha sido modelado por Juan Pablo II, hasta el punto que únicamente tres de los generales de la curia con derecho a voto fueron designados por Pablo VI. El resto le debe el cargo a Wojtyla y, en su mayoría, está cortado por el mismo patrón conservador.

La guardia pretoriana

La facción electoral más poderosa de ese ejército la forman los italianos, 20 influyentes príncipes de la Iglesia entre los que figura la guardia pretoriana del Pontífice ahora desaparecido. El todopoderoso número dos del Vaticano, Angelo Sodano; el influyente ministro para los obispos y durante años número 3 de la curia, Giovanni Battista Re; el organizador del Jubileo del 2000, Crescenzio Sepe, y el ministro de Economía de la Santa Sede, Sergio Sebastiani, forman la escuadra.

Junto a ellos se sentará una de las pocas voces díscolas, aunque respetadas, que lucen el capelo cardenalicio: Carlo Maria Martini, arzobispo emérito de Milán. A sus 78 años, Martini no ha perdido un ápice de su autoridad entre la feligresía más progresista, que siempre soñó con la idea de verle en el sillón de San Pedro, una batalla que ya no puede ganar porque en el actual colegio cardenalicio su voz tiene escaso eco.

Re, como Sepe y Sebastiani, fueron elevados a la dignidad de purpurados en la masiva nominación de cardenales efec-

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