TEtste periódico publicaba el 8 de septiembre las respuestas de decenas de personas a la pregunta de qué es Extremadura. Tras leerlas, uno se queda con la sensación de que como Extremadura no es una región muy desarrollada, se vive muy bien aquí y gracias a sus 27 habitantes por kilómetro cuadrado y a su poca industrialización, se disfruta más de la charla, de la comida, de los olores, de la naturaleza, de las reuniones con los amigos y la familia, del sosiego... Inmediatamente se me ocurre una pregunta: ¿Por qué, entonces, el resto del mundo lucha por todo lo contrario: por el desarrollo, por la industria, por la prisa, por el dinero, por el crecimiento demográfico...? No sé si somos paradójicos, si somos únicos en el mundo o si simplemente nos aferramos al consuelo del pobre, que como tiene poco, lo valora mucho y, además, le aquejan menos preocupaciones que a los ricos.

Si nos fijamos, los ricos, los industrializados y los apresurados también disfrutan del sosiego: como no tienen cerca espacios libres y tranquilos para su tiempo de ocio los buscan donde los hay y acaban encontrándolos en Extremadura: su gran coto, su paraíso rústico, su región-hotel con encanto. A mí me parece que avanzamos, sobre todo en el mundo rural, pero aún seguimos siendo el descanso del señorito, aunque ese señorito ya sea de clase media. Lo que ha cambiado es que ahora está de moda lo que nos sobra: pueblos bonitos y naturaleza pura. Por eso valoramos como relajante y encantador lo que antes era paleto, deprimente y asfixiante, por eso nos queremos un poquito más.