Llevar a cabo grandes proyectos es algo que debe pensarse mucho. Una vez tomada la decisión e iniciados los primeros pasos, tendremos que valorar si merece la pena echarse atrás para escoger una opción mejor. Los trenes de altísima velocidad no eran la mejor manera de articular y comunicar los territorios ibéricos. Con lo que van a costar habríamos tenido para renovar todas las vías de España y Portugal, electrificarlas, hacerlas de doble sentido, llevar nuevas líneas a comarcas que nunca vieron --ni verán-- un tren y recuperar las que se cerraron. Esa opción habría permitido disfrutar de trenes que superan los 200km/h, a precios razonables para la mayoría de los ciudadanos y conectando más territorio. Se optó por volver a caer en el error radial y en alcanzar los 350 km/h para que los ejecutivos pudieran evitar los engorrosos embarques del puente aéreo. Ahora no hay vuelta atrás: Durao Barroso y Aznar optaron por una línea que sirviera para vertebrar las dos regiones de Europa occidental más castigadas históricamente por el subdesarrollo, Extremadura y el Alentejo. Mientras las obras avanzan nos llega un revuelo porque Manuela Ferreira Leite , la cuarta líder de la oposición portuguesa en cuatro años, quiere replantearse una decisión en la que participó como ministra de Finanzas. Tiene hechos sus cálculos electorales y sabe que puede prescindir del Alentejo, donde no llega ni al 20% de votos y es la tercera fuerza política, a cambio de dejar a la región vecina en un rincón apartado de la geografía. El día 27 hay elecciones y sabremos si se pierde, una vez más, el tren de la historia.