Los que usamos el tren en esta región deberíamos recibir la medalla al mérito civil y tener nuestros nombres en el callejero. Somos los que menos contaminamos en nuestros desplazamientos y los que más ayudamos a combatir el cambio climático del que tanto se ha hablado en Copenhague. A cambio, tenemos una red similar a la que había en el resto de España hace 50 años --vías únicas y ni un solo kilómetro electrificado-- y siempre hemos tenido que quedarnos con los vagones que jubilaban en otras zonas. Los servicios ferroviarios, que siempre han dependido de los gobiernos centrales, nunca han tratado a todos por igual, pero a la hora de pagar no se hacen distinciones. Ya nos pasó el año pasado y este viene por el mismo camino. El IPC apenas ha subido, nuestros sueldos están congelados pero los billetes van a incrementarse un siete por ciento. Subirán todos los billetes menos los del AVE de largo recorrido. La verdad es que es una medida muy social: todos los curritos a rascarse el bolsillo con la excepción de los ejecutivos que van desde Madrid a Barcelona o Sevilla y a cargo de la empresa. Es así como nos pagan a los héroes del tren, a los que cada día nos invitan a usar otros medios de transporte más contaminantes. Nos esforzamos en hacer un planeta sostenible, asumimos perder algo de tiempo en aras de un mundo mejor, soportamos estoicamente retrasos injustificados, aguantamos los malos modos de algún que otro empleado --no todos-- y acabamos pagando el pato. Estar como un tren, en Extremadura, no es sinónimo ni de calidad ni de excelencia de ningún tipo. Se lo digo yo, que lo vivo de cerca.