En aquella isla remota había un asunto extraoficial, un Antiguo Testamento, una huerta minada, un pecado de dos avemarías.

Fábula I

Hay que decir, antes que nada, que el verdadero ladrón estaba esa noche en una fiesta de disfraces.

Algo en aquel lugar presagiaba el desastre: las pequeñas luces azules alrededor de la piscina, los setos con forma de cisne, los niños de seis años con corbata, el nostálgico olor del césped recién cortado. Nadie conocía a nadie en el jardín con palmeras y barbacoa. Sonaron cristales rotos más allá de la música de Rod Steward . Se vio una mujer vestida de Adán y un hombre vestido de Eva . Nadie sospechó de nadie. Alguien, sin embargo, desentonando con el resto, cruzó con un pretencioso disfraz de nota musical. Sonaron, de nuevo, cristales rotos. Algo así como pequeñas explosiones controladas. Bop. Bop. Bop. Las botellas de champán fueron decapitadas una tras otra, pero la chica rubia de piernas interminables prefería agua con soda. En el cielo --como nos adelantó Copérnico -- lograban verse menos estrellas de las que en realidad existen.

Una mujer y un hombre se miraron mutuamente en cincuenta y siete ocasiones desde detrás de sus máscaras. Sonaron por tercera y última vez cristales rotos. Se vio bailar a un cojo con una bizca. Hubo una pelea de la que sólo se percataron las niñas de mofletes rollizos. El gato verde atacó al libro de poesía, pero el libro de poesía se defendió ladrando. Los ladridos despertaron al vigilante nocturno. El vigilante nocturno atrapó al ladrón equivocado.

Cabe recordar que el verdadero ladrón estaba esa noche en una fiesta de disfraces. Pero esa es otra historia sin interés alguno.

Fábula II

En aquella isla remota vivían un polaco, un senegalés, un muerto de hambre, una niña bulímica, un claustrofóbico y un corredor de seguros adicto al crack. En aquella isla remota había un asunto extraoficial, un Antiguo Testamento, una huerta minada, un pecado de dos avemarías, una enfermedad venal, un clítoris violado y dos descubrimientos paleobiogeográficos. En aquella isla remota había nubarrones del color del petróleo, flores secas del tamaño de una catedral bombardeada, bicicletas raquíticas esperando ser montadas por niños sin piernas y una cruz de oro por cada pecho con miedo. En aquella isla remota también había mucha bondad y mucho amor. Pero estas cosas translúcidas no le interesan a nadie.

Fábula III

Erase un poeta que caminaba descalzo. Una noche salió a caminar y llegó hasta Finlandia. Supo por el frío de sus pies que la tierra que pisaba no era la suya.

El poeta entró en un bar a calentarse, pero allí sólo había silencio y ancianos jugando al ajedrez. Uno de aquellos ancianos se le acercó y le preguntó de dónde venía. El poeta señaló al sur.

El bar estaba regentado por una mujer gorda y fea que, sin embargo, poseía la sonrisa más bella del mundo. El poeta se le acercó y le pidió agua. La mujer, en cambio, sacó de entre sus faldas un poema y se lo dio a beber. El poema se titulaba Vagos de arroz y contenía una gran verdad en sus versos, pero estaba escrito en un idioma que el poeta no comprendía. El extranjero sonrió a la mujer, guardó el poema en el bolsillo de su camisa y decidió volverse por donde había venido; esta vez, dando altos.

Al llegar a su casa, una larga frase hecha con vagos de arroz resplandecía en la mesa de su cocina. La frase era clara: no es digno de llamarse poeta quien no siente cada país y cada idioma como suyos .

(La historia debería tener un final mejor, lo sé. Pero aún es pronto para ustedes y para mí).