TLta otra tarde viajé a Plasencia. Estaba dando un paseo por los soportales de la plaza Mayor cuando una amiga me llamó. Hacía tiempo que no la veía. Es periodista, trabaja en una emisora de radio y, tras los saludos de rigor, charlamos sobre esas claves intrínsecas que tiene toda ciudad y que uno, en su afán por entender, quisiera descubrir con sólo dar un paseo bajo unos soportales. Mi amiga, en un alarde de pedagogía social instantánea, me explicó que las claves de Plasencia giran alrededor de la letra inicial de su nombre: la pe. Según ella, para entender Plasencia hay que basarse en las tres pes: la de los políticos, la de la plaza y la de la prensa.

"Mira, me explicó mi amiga, en Cáceres o en Badajoz, hablan Celdrán o Saponi y todo el mundo se calla y los respeta. Aquí, no, aquí cada concejal es una mina: los pillas en un bar o en una esquina y te sueltan exclusivas, barbaridades y extravagancias sin medida; contradicen a sus jefes de filas, te sorprenden con una boutade tras otra y agitan la política local un día sí y otro también. En cuanto a la plaza, prosiguió, es el espacio donde se hace la política, donde se descubre quién está con quién en La Pitarra del Gordo , quién come con quién en el Español , quién prepara en una terraza la próxima e inminente moción de censura que, a la hora de la verdad, nunca llega. Y en cuanto a la prensa, la tercera pe, en Plasencia es algo así como la Biblia: los políticos la leen, la escuchan, le hacen caso y a partir de ahí, toman sus decisiones. Y así, en fin, vivimos en Plasencia, muy entretenidos con las tres pes".