TMte acuerdo tantas veces de mi madre! Todos los días tengo un momento, o un rato, o una tarde para estar con ella. Aún siento en mi mejilla, como si ahora, el roce de sus labios en el beso, y oigo el tintineo de los colgantes de su pulsera, dulce tañer de pequeñas campanas al compás del abanico. Y tengo mi infancia reciente entre las manos gracias a ella, a su recuerdo alegre, al pañuelito blanco que recorre el pasillo de mi alma en su voz, en su canto, igual que recorría el de mi casa cuando estaba. Y su imagen se agranda en mi memoria.

Viene este ataque de añoranza como reacción a la tristeza que me ha producido la noticia que hoy aparece en los medios, en la que se da cuenta de que un hombre (¿?), funcionario de ayuntamiento, aseadito y limpio, buen vecino, normal, llamado Marc , ha dejado morir a su madre de hambre. Encima de un sofá, con una bolsa de plástico a modo de pañal llena de orines y de mierda, llagada debido a la inmovilidad y reducida a treinta y tres quilos de peso. La abuela del infame yacía, aún viva, en una cama de la misma casa, esquelética y cuajada de bichos. Y él cobraba las pensiones de las dos, tras cinco años impidiendo que los Servicios Sociales las atendieran. Los informes policiales indican que no se apreciaron signos de violencia. Estúpido formalismo tal vez para decir que, además, no les sacó los ojos ni les arrancó las uñas con unas tenazas.

No soy capaz de asimilar tanta crueldad, tanto frío. Pregunto a mi cansado corazón y él me responde sólo como sabe: con un latido triste, estupefacto. jabuizaunex.es