Alejandro Talavante está llamado a ser un torero muy importante. Los que hemos tenido la suerte de saber de él desde que era casi un niño, pronto comprendimos que tenía unas condiciones excepcionales. Después, llegaron contratiempos muy a destiempo en forma de percances. Pero Alejandro siguió adelante, sin desviarse un ápice de su sentimiento, que lo expresa toreando. ¡Y de qué forma!

No es que lo suyo sean triunfos orejiles, que son menos de los debidos por el mal manejo, crónico a veces, de la espada. Lo definitorio del joven torero extremeño es su concepto del toreo --purísimo-- y la calidad del mismo. Es el suyo, entonces, un triunfo a golpe cantado, de los que dejan a los aficionados un regusto especial.

A la verónica

Morante de la Puebla, el exquisito torero sevillano, le dio espada y muleta --le hizo matador de toros--, a eso de las 18.20 minutos de la tarde de ayer en Cehegín, para que diera muerte al toro Pesadilla, número 15, de Núñez del Cuvillo. Era un dije por reunido, por bonito. Ya de salida Talavante le recibió muy bien a la verónica. Después, la faena fue un compendio del mejor toreo.

El inicio llamando al toro desde los medios por estatuarios, aguantándole. Ya mostraba Alejandro su disposición. Y a continuación vino una sinfonía de toreo al natural. Le daba sitio en el primer cite de cada serie y le adelantaba la muleta. Le enganchaba, se lo pasaba cerca y le llevaba para dejarle en el lugar que le permitía dar intensidad a la tanda, porque ligaba los muletazos. Con inteligencia, dando tiempo al cuvillo, el diestro le fue sacando su buen fondo, lo fue exprimiendo. Fue una gran faena, que tuvo ritmo, pues nunca decayó, y que se asentó en la inspiración.

El sexto también fue un toro agradecido. El pitón bueno, a diferencia de su hermano, era ahora el derecho. Primero en series corta para no agobiarle, pronto le metió en su muleta de terciopelo. Los pases, muy templados, dieron ahora a este trasteo otra dimensión cuando entró a conciencia en el terreno del toro, yendo al pitón contrario y al menos bueno, al izquierdo.

El otro toreo bueno lo hizo Morante ante el cuarto, tras abreviar con el inválido segundo. A la verónica en lances mecidos de suprema belleza. Después la faena tomó altura por el pitón derecho. Le llevaba el torero y cimbreaba la cintura, acompañando al toro y dando lugar a un toreo sublime. Fue una faena morantiana, con esos adornos finales en los que luce la improvisación y el sentimiento.

Tres trofeos

El Fandi paseó tres trofeos. Puso de pie al público en tercios clamorosos de banderillas. ¿Y con la muleta? Pues lo suyo ayer fue de una vulgaridad total al correr la mano con poca limpieza, y arrancar las orejas tras adornos populistas.