El cine social de Fernando León de Aranoa triunfó en la fiesta de los Goya. Sus cinco premios tuvieron un marco ideal: una gala rompedora, muy comprometida políticamente, diseñada como un espectáculo de artistas callejeros en el que cabía todo, desde una moto en la que los presentadores subieron al escenario hasta una furgoneta o una cabra. Pedro Almodóvar, que mantiene una difícil relación con la Academia, no asistió a la gala, a pesar de ser uno de los favoritos. Hizo bien, porque fue el gran derrotado, con sólo un Goya: el de mejor música original. El rechazo a la guerra contra Irak, la crisis del cine, la marea negra y la denuncia del paro estuvieron presentes durante toda la ceremonia de algún modo: en los discursos, como consigna sobre las chaquetas y vestidos de los invitados o en carteles que se desplegaron a la entrada. Rosa Maria Sard hizo que el auditorio coreara un colectivo "No a la guerra". Este grito se transformó en varias ocasiones en otro aglutinador de más protestas "Nunca máis a la guerra". Un certero Luis Tosar dijo al recoger su premio al mejor actor de reparto: "Si quieren petróleo que no vayan a Irak, que vayan a Galicia a recogerlo". Javier Bardem, Goya al mejor actor, subió el tono: "Ganar las elecciones no es un cheque en blanco. Hay que oír al pueblo". "No hay que tener miedo a la cultura, ni a la sátira, ni a la libertad de expresión. Hay que tener miedo a la guerra", afirmó para empezar la presidenta de la Academia, que luego se sentó al lado de la ministra de Educación y Cultura, Pilar del Castillo. Entre los momentos especiales, hay que destacar la presencia de Jeanne Moreau, que entregó el Goya a la mejor película europea (El pianista , de Roman Polanski). Pero lo más emotivo fue la entrega del Goya de honor al octogenario Manuel Alexandre.