La corrida de Zalduendo, una de las ganaderías más prestigiosas, fue ayer un fiasco. Fue un encierro que dio nulo juego, y sólo el cuarto y quinto tuvieron algunas arrancadas de posible lucimiento. El resto nada de nada, por lo que la corrida fue un completo aburrimiento.

El cartel de toros y de toreros prometía, y por ello acudió el público en muy buena medida al coso de Pardaleras. La tarde, ayuna de viento, también quería colaborar al espectáculo. Pero a la hora de la verdad sólo Antonio Ferrera pudo sobreponerse al casi nulo juego de los toros, a base de entrega y pundonor.

Abrió plaza un animal que pronto dio cuenta de su poco fuelle. No se desplazaba y punteaba la muleta de Enrique Ponce, quien a pesar de ello pudo darle una serie en redondo. Ello con la particular estética de este torero y con la geometría que impone, cuando tira del animal y le deja la muleta siempre puesta, un punto al hilo del pitón. Pero tenía genio porque volteó al torero cuando más confiado estaba, para acabar defendiéndose con descaro.

El cuarto pareció diferente y permitió al valenciano dos tandas de acusada limpieza, con las mismas premisas que ante el anterior. Mas pronto renunció a la pelea cuando se quiso ir sin más a las tablas. Lo siguió intentando Ponce cambiándole los terrenos, pero el de Zalduendo se había acabado.

El primero de Antonio Ferrera fue muy mal picado, lo que le pudo dañar. Fue un animal muy soso y el torero le llevó en tandas cortas de muletazos suaves. La estocada fue de categoría por la forma en la que marcó los tiempos, y el diestro extremeño paseó su primera oreja. Decían los antiguos que había estocadas que bien merecían la oreja. La de ayer de Ferrera fue una de ellas.

El quinto fue un astado alegre de salida y con él protagonizó Ferrera un aclamado tercio de banderillas, dándole todas las ventajas. Era bravucón porque aunque embestía en ese segundo tercio como un tres, echaba la cara arriba en el embroque. Llegó a la muleta de Ferrera con buen son y pudo llevarle en redondo con suavidad y limpieza, hasta que se vino a menos, para acortar al final distancias. Completó su tarde con un segundo trofeo.

Alejandro Talavante tuvo un lote malo de solemnidad. Su primero fue mal lidiado y tal vez picado en exceso. Se dañó en una vuelta de campana y quedó muy soso, sin permitir lucirse al torero. El sexto fue un sobrero que rompía con sus hermanos por arriba. Fue un manso con genio y peligro, y Talavante, ante la incomprensión del público, no se dio coba.