El diestro Cayetano resultó corneado de gravedad en el muslo izquierdo por el segundo toro de la corrida de ayer de la feria del Pilar de Zaragoza, al que, a pesar de la herida y la profusa hemorragia, acabó estoqueando y cortando las dos orejas.

Cayetano fue intervenido en la enfermería de una cornada con orificio de entrada de seis centímetros y tres trayectorias: una que llega hasta el pubis, otra de 10 centímetros que desgarra fibras de músculos aductores y otra de 20 centímetros que dislacera fibras del cuádriceps.

Todos los 11 de octubre, vísperas del Pilar, se viven en la plaza de Zaragoza entre un ambiente especialmente alegre y amable, llena de un público que desde esa tarde se dispone a disfrutar plenamente de sus fiestas. Y es así como, año tras año, el criterio de la petición y la concesión de orejas se relaja más de la cuenta hasta hacer que los festejos de esta fecha siempre terminen de forma triunfal, si no triunfalista.

Pero entre tanta alegría, este 11 de octubre se vivió la dureza de la sangre humana derramada, la otra cara de las corridas de toros, que en este caso sufrió Cayetano, al que el segundo de la tarde infirió una grave y amplia cornada en el muslo izquierdo.

Hasta ese momento, el torero dinástico le estaba cuajando una estimable faena a parladé que seguía y repetía con docilidad y largo recorrido, aunque no demasiada entrega, la muleta que, sin exigirle mayores esfuerzos, le mostraba suavemente su matador.

Fueron muy jaleadas por el público esas tres vistosas tandas con la mano derecha, pero al echarse Cayetano la tela a la izquierda el animal comenzó a protestar y a cabecear, quizá por sentirse ya desfondado.

Y en la siguiente intentona ya no perdonó: al segundo muletazo respondió el astado con un seco tornillazo que alcanzó de pleno al diestro, infiriéndole esa amplia y profunda cornada.

Incorporado de la arena, con la cara teñida de rojo por el choque con el morrillo, Cayetano se rehizo lo suficiente como para volver a ligarle tres o cuatro muletazos más con la derecha y matarle de una estocada trasera, a cuya salida le recogió directamente la cuadrilla para llevarle a la enfermería, mientras el presidente asomaba los dos pañuelos por el palco y el tendido no dejaba de aplaudir tan valiente y enervante gesto.

El percance no fue óbice para que el público rebajara su entusiasmo y sus ganas de divertirse y de pedir trofeos para los toreros, y en especial para Enrique Ponce, que, si no pudo sacar nada de su vacío primero, sí que consiguió puntuar con el cuarto, un toro muy astifino y suelto de carnes que se dejó hacer sin demasiado celo.

Para aliviar su falta de fuerzas en los cuartos traseros, Ponce le asentó con pulso en los primeros muletazos de una faena que, una vez que el animal rompió a embestir, se debatió entre la compostura y la ligereza, con pasajes estimables pero sin llegar nunca a macizarse.

Y fue ya con el toro saliéndose aburrido de las suertes, cuando el veterano diestro tiró de recursos y con tres de sus personales poncinas (muletazos ayudados en redondo en posición flexionada) logró poner en pie a un público ávido y que le quiso premiar con excesiva generosidad con un segundo trofeo tras una estocada muy defectuosa.

El percance de Cayetano hizo que Ponce aún tuviera que matar un tercer toro, un sexto de desrazadas y cortas embestidas que el torero de Chiva no llegó a controlar en un empeño algo embarullado y envuelto de impostada gestualidad.

Ginés Marín sustituía al venezolano Jesús Enrique Colombo, que no pudo tomar la alternativa por una reciente cornada, y no encontró apenas opción de contentar al bonancible público con un primer toro rajado y cambiante y un quinto sin fuerzas que besó la arena en varias ocasiones sin que surgiera ni una protesta desde un tendido que, ayer, todo lo perdonó.