TEtran las tres de la tarde del 17 de septiembre de 1936. Ceclavín dormía la siesta. En una casa de la calle Nueva, sonaron unos golpes. Era un grupo de falangistas armados. Preguntaban por Julián Corón Rodríguez, un labrador de 26 años. Cuando bajó al zaguán, se lo llevaron. Su mujer, Francisca, se quedó callada en la puerta: no pudo hacer nada para impedir su marcha ni tampoco se le ocurrió que nunca lo volvería a ver. Francisca tenía una falta: estaba embarazada de un hijo que Julián no conocería. Esa misma tarde, otros 16 vecinos de Ceclavín fueron detenidos, se los llevaron del pueblo en una camioneta y al anochecer, los fusilaron en las tapias del cementerio de Piedras Albas. Los cuerpos estuvieron dos días sin ser enterrados. Después, fueron sepultados en una fosa común. El hijo de Julián nació a los ocho meses. Se llama como su padre y quisiera recuperar sus restos. Sin embargo, no aparecen. Se han hecho dos excavaciones en el cementerio de Piedras Albas sin suerte.

En Ceclavín, además de aquellos 17 muertos, hubo otros cinco fusilados en la mina La Paloma y en Perales del Puerto. No se sabe dónde están enterrados, pero el pasado 22 de mayo, a las 20.30 horas, el pueblo realizó un pequeño acto en memoria de sus 22 hijos fusilados. En el cementerio se inauguró un bonito túmulo con sus nombres. Es lo único que destaca en un camposanto donde no sobresale ninguna cruz ni ningún panteón, donde en la puerta, en letras de forja, se puede leer: Campo de la igualdad.