Los 60 segundos durante los que el MD-82 de Spanair rodó por la pista 36-L de Barajas y se estrelló sobre el arroyo de la Vega tras una carrera campo a través de 1.200 metros aparecen reflejados con detalle en las declaraciones que ocho de los 18 supervivientes realizaron desde sus respectivas habitaciones de hospital a la Guardia Civil. EL PERIODICO ha tenido acceso a las declaraciones.

Todos los pasajeros que se salvaron volaban en las primeras nueve filas. Más atrás, nadie pudo sobrevivir a la explosión de los depósitos de combustible. En un giro del destino, la azafata Antonia Martínez Jiménez, que tenía asignado el asiento 23B, se cambió a la primera fila para estar junto a otros compañeros que como ella habían integrado la tripulación de tránsito del vuelo anterior del MD-82 entre Barcelona y Madrid y viajaban a Las Palmas para trabajar en otro vuelo de Spanair de regreso a la capital de España.

En el vuelo anterior desde Barcelona, la auxiliar no notó ninguna anomalía, pero durante el trayecto por la pista 36L de Barajas, antes de intentar el despegue, ella y sus dos compañeros de tripulación se miraron con gesto de "aquí pasa algo raro". Un poco más atrás, Beatriz Reyes (5D) se dio cuenta de que "el avión cogió poca velocidad" y en la última fila de los que iban a sobrevivir, Ligia Palomino (9D), médica del SAMUR de nacionalidad colombiana, se percató de que el aparato "daba un par de frenazos o tirones, como si le costara coger velocidad".

Nada más elevarse, la sospecha de la azafata se convirtió en certeza. "Al avión le costaba coger altura como si no pudiese con el peso del pasaje --cuenta Antonia Martínez--, efectuaba giros laterales, como en zig zag, como si intentara hacer un aterrizaje de emergencia. Cuando tocó nuevamente tierra, estaba totalmente descontrolado, con movimientos bruscos laterales". Ligia coincide en que parecía "como si el piloto tratara de estabilizar el aparato".

NO DIERON INSTRUCCCIONES Nadie recuerda haber oído una explosión, ni haber visto llamas. Tampoco ninguna advertencia, ni instrucciones por la megafonía. De hecho, José Alonso Alonso (7E) contó que al comandante no le dio tiempo de decir nada porque "entre el intento de despegue y la colisión, no pudo pasar ni un minuto". Tiempo suficiente para que los pasajeros estuvieran aterrorizados. "El pánico se había apoderado de todos nosotros. Algún pasajero gritó que íbamos a dar con el ala en el suelo", recuerda José Pablo Flores García (9A). Ligia, su novia, sentada a su lado recuerda como gritó "al igual que otros pasajeros".

La aeronave daría a partir de ese momento tres golpes contra el suelo, coincidiendo con los tres barrancos que encontró a su paso. Ya en el primero, "los asientos de algunos pasajeros estaban sueltos y salían despedidos dentro de la aeronave", cuenta José María Alonso Alonso, que viajaba con su mujer y sus dos hijas. La esposa y la mayor fallecieron en el accidente. La pequeña, María, "mi flor", como la llama el padre, se recupera de sus heridas junto a él en el Hospital de La Paz.

La mayoría de los supervivientes no recuerdan nada a partir de ese momento. Alfredo (3A), de 8 años, se golpeó en la cabeza contra el techo. Es lo poco que ha contado. Su declaración ante la Guardia Civil la hizo a través de una tía que no se ha separado de su lado en el hospital. "No quiere hablar mucho del accidente", cuenta la tía en su declaración. La madre de Alfredo, Gregoria, que también viajaba en el avión, permanece en estado grave. El único que mantuvo la conciencia en esos breves segundos previos al choque final fue Leandro Ortega Peña, un canario de 22 años que regresaba a su casa en Telde tras un par de días de trabajo en Madrid y que ayer mismo recibió el alta hospitalaria. Viajaba en bussines, en el asiento E de la segunda fila, junto a la ventana de la derecha del avión. Técnico de una empresa de multiservicios aeroportuarios declara cómo, de manera instintiva, apoyó sus piernas fuertemente contra el asiento delantero, escondió la cabeza y se agarró al reposacabezas. En ese momento otro pasajero gritó al resto "algo así como que nos agacháramos".

Los gritos que se escuchaban en el avión se silenciaron tras el golpe y tras unos segundos de "absoluta oscuridad" regresaron de nuevo a sus oídos. "Empecé a oír gritos, niños llorando, gritando, llamando a sus padres, gente pidiendo auxilio".

ATRAPADO ENTRE CHATARRA Leandro no se podía mover."Me quedé atrapado ente un amasijo de chatarra, equipajes y restos de fuselaje, aunque no pude distinguir realmente lo que tenía encima". No podía librarse del cinturón. El brazo derecho lo tenía atrapado en el fuselaje y el izquierdo inmobilizado por una herida. "Empecé a notar como corría el agua por debajo de mi cuerpo, agua que iba subiendo y que me llegaba a la barbilla. Pensé que había caído en un río o en un arroyo. El agua estaba caliente, olía y sabía a gasolina. También había sangre en el agua. Pude ver el cuerpo de un hombre, delante de mí, cómo iba siendo engullido por el agua hasta desaparecer por completo. Temí que me ahogaría si no me rescataban". Estaba bajo el agua cuando notó que una persona que estaba detrás le arañaba la espalda con la mano en un intento de pedir ayuda. No pudo hacer nada. El no vio el fuego pero si oyó a gente que gritaba "apagar el fuego, apagar el fuego". "Yo no podía gritar porque el agua me llegaba a la boca y si la abría me ahogaba". En aquel momento llegó un bombero y le levantó la barbilla lo justo para poder respirar.

Leandro no fue el único que se sintió impotente sin poder ayudar a nadie. Antonia Martínez apareció en las proximidades del arroyo. "Alguien me tiraba del pelo y me pedía ayuda, pero no pude hacer nada. Tenía un panel de chapa encima que me impedía moverme".

Beatriz Reyes (4B) fue la primera en abandonar el Hospital Infanta Sofía y volar en avión al día siguiente hasta Gran Canaria a la semana del accidente. Apareció amarrada a su asiento cerca del riachuelo. Se liberó del cinturón, busco sus gafas, levantó la vista y vió "humo, fuego, agua, amasijos de hierros y gente gritando". Vió unos cuerpos que parecía que se movían. Y escuchó a un niño que gritaba: "¿Dónde está mi madre?". Se acercó, retiró un par de asientos del avión y sacó al niño. Era Alfredo que preguntaba por Gregoria, su madre. "Caminé por el agua y lo senté en la orilla del rio".

Regresó y ayudó a otra niña, María, que se movía hacia su padre, que se encontraba cerca. "Los dejé juntos y regresé a tranquilizar al niño". Desde la orilla, Beatriz observó a un señor con un polo azul pidiendo ayuda. "Fuí hacia él pero, no pude mover sola el armazón que tenía encima. Regresé con el niño y decidí que nos quedábamos en el agua porque no sabía si habían explotado los tanques". Entonces apareció el primer bombero. "Le entregué al niño porque yo estaba bien". El bombero era Francisco Martínez, de uno de los parques de Barajas. Desorientado, Alfredo preguntó varias veces al bombero que "cuándo iba a terminar aquella película".

El bombero Martínez regresó al riachuelo y, según declara Beatriz, había gente que le suplicaba que les ayudaran. "El bombero les pidió que esperaran, que él solo no podía hacer nada". Beatriz se levantó y a pie llegó sola hasta el camión de bomberos, donde se quedó esperando junto a los dos niños, Alfredo y María.

El padre de la pequeña María, José Alonso, había entregado a su hija al bombero después de que Beatriz la acercara hasta él. El fue uno de los muchos pasajeros del MD-82 que aprovecharon la media hora de espera que duró la reparación de la primera avería del avión para llamar por teléfono o enviar un SMS. "Telefoneé a Juan José Mateos, un compañero de trabajo que tenía que recogerme para advertirle de que volábamos con retraso". Al final habló con la mujer de Mateos, que fue quien se puso al teléfono. José Pablo Flores, que perdió a su hermana Gema en el viaje, envió un SMS a su amigo Jaime para contarle también la incidencia horaria. Y Rafael Moreno (5B) hizo lo mismo con Oscar, su hijo, que había prometido a sus padres recogerles en el aeropuerto a su llegada. Angeles Carpintero, la mujer (5A) permanece hospitalizada en el 12 de octubre en estado grave.

Los especialistas cuentan que con el tiempo algunos recuperarán más detalles del accidente. Otros preferirán olvidarlos para siempre.