Manuel Santiago Morato (Los Santos de Maimona, 1934) es de lágrima fácil, tanto o menos que el movimiento de sus pinceles, a los que deja esparcir los colores con libertad hasta que entre los trazos surgen figuras que el artista rescata y hace suyas, forjando composiciones complejas en las que abundan distintos personajes, algunos grotescos y extraños y otros cargados de sensibilidad. "Muchas veces el cuadro comienza con un manchón tremendo de colores, le das la vuelta y sale una cara, casi siempre te incita el cuadro a que lo vayas pintando como él te pide".

La antológica que recoge estos días el Museo de Bellas Artes de Badajoz sobre la obra del pintor santeño hace un recorrido desde el realismo inicial al realismo mágico, pasando por el expresionismo onírico y la abstracción, aunque sus trabajos actuales regresan al expresionismo bufonesco y el cromatismo del carnaval que caracteriza la obra del artista. Morato está entusiasmado ahora con la pintura abstracta y así lo reconoce, "pero no puedo prescindir de mi pintura, porque yo nací con ella y siempre la llevo dentro".

Lleva toda la vida pintando y se reconoce en sus primeros cuadros. "Porque yo sé cómo pensaba cuando tenía 12 años, o 14 y 18 y cómo lo hago ahora". Respecto a su evolución, piensa que "ha sido a mejor, y sobre todo a raíz de irme del pueblo, en Madrid se aprende mucho y se puede ver mucho". Rojos, amarillos, verdes, turquesas predominan en sus lienzos, que recogen con precisión el peculiar estilo del autor.

Morato sigue pintando a pesar de las grandes dificultades físicas que soporta. El pintor sufre una minusvalía desde niño debido a la polio, que lo obliga a vivir en silla de ruedas.