El miedo al síndrome de la muerte súbita del lactante, y su relación con el hecho de que muchos bebés dormían boca abajo, propagó hace más de 20 años el mensaje de que las familias evitaran colocar al niño en esa postura: lo mejor, dijeron los pediatras norteamericanos, es que los recién nacidos duerman boca arriba o de costado.

De aquel mensaje, acatado en todo el planeta, surgió una alteración colateral que va en aumento: uno de cada diez bebés españoles crece con el cráneo oblicuo, aplastado en el costado favorito del niño a la hora de dormir, y claramente antiestético, porque pierde su redondez simétrica. La deformidad, que en ocasiones es muy evidente, debe corregirse en el primer año de vida, cuando el cráneo del bebé aún es moldeable. Esa rectificación se consigue obligando al niño a dormir en posturas que presionen la zona del cráneo que empezaba a abombarse, o colocándole un casco ortopédico, diseñado para frenar la malformación y facilitar el crecimiento esférico. Ambas medidas son incruentas, eficaces e indoloras, pero resultan inútiles si se aplican pasados los 18 meses de vida, cuando el cráneo ha dejado de ser cartilaginoso y versátil. Las familias aseguran que muy pocos pediatras conocen el fenómeno o saben detectarlo en sus inicios y apenas existen pautas médicas para corregir la deformidad, que debe empezar a tratarse cuando el bebé tiene tres o cuatro meses. "Los padres que lo detecten tienen que actuar rápidamente. Si no se corrige bien, la plagiocefalia puede causar estrabismo o mala oclusión de la dentadura, en especial si las dos orejas no quedan alineadas", dice el neurocirujano Ramón Navarro. En una minoría de ocasiones, la deformidad se inicia en el útero, cuando la cabeza del feto choca con la pelvis de su madre.