Yo tenía un profesor al que llamábamos don Antonio . Le recuerdo con un cariño agrandado por la perspectiva de treinta y muchos años y dos hijos adolescentes. El hombre era más bueno que el pan, pero al entrar y al salir de clase había que ponerse en pie y darle el adiós y los buenos días. De los tiempos del Catón. Imagino que se divirtió de lo lindo con la nueva camada de profesores. Jóvenes que traían al pueblo renovaciones y sistemas de enseñanzas más abiertos. Aún me sonrío al recordar su cara cuando un tal Eugenio incorporó a su repertorio la norma de tutearnos y de jugar con nosotros al fútbol en el recreo. Se acabaron los dones y los ustedes , decía el novato. Y don Antonio meneaba la cabeza más divertido que escandalizado, aliviado por esa jubilación en puertas que habría de alejarlo de semejantes mentecatos. Porque yo no sé qué habrá sido de aquel Eugenio, pero estoy convencido de que se habrá relamido de melancolía al enterarse de que Sarkozy va a restituir el usted en las aulas francesas. Es un comienzo. Sin duda que habrá quienes lo entiendan como una regresión. Yo no lo tengo tan claro. Cuando se pierde el norte, no es una derrota volver por senderos conocidos y de frutos contrastados. Los colegios privados lo hacen y no les va tan mal. Presiento que los chavales van saturados de adultos insulsos e igualitarios, pero a dos velas de referentes de respeto. Lástima que nuestros políticos se muestren tan timoratos en cosas de tanto valor, como si temieran que por el resquicio del respeto se cuele un retorno a los rosarios, al cara al sol y a los tirones de patillas. Y no es eso. Es sólo saber estar cada uno en su sitio. Usted me entiende.