TLta sangre no basta. Ni el dolor. La tragedia se ha quedado obsoleta, así que hay que renovarla diariamente, sacudir el polvo a la desolación, rebuscar como aves carroñeras, ahondar en las heridas hasta encontrar el mejor resto del corazón y luego airearlo, como un trofeo. Fundido en negro, Barajas al fondo, recreación científica del accidente, declaraciones de expertos. Hasta aquí nada que objetar. Informe sobre la reunión de los familiares, resultados de ADN, evolución de los heridos. Cuidado, el público empieza a bostezar, se remueve en los asientos, y empieza lo que de verdad estaban esperando. Dramas, pero reales, de los que quitan la respiración mientras engulles la tortilla y el gazpacho, de los que te hacen suspirar y dar las gracias por estar vivo. Joven pareja en luna de miel, inmigrante que vuelve, peluquera en su primer viaje con los ahorros de toda la vida. Imágenes de la madre que llora, palabras del abuelo a la puerta del tanatorio. El espectáculo empieza a animarse, pero la gente quiere más. Entierros en el pueblo, familias devastadas, el marido que espera en vano a su mujer. Más, más, sigamos. Personas en coma, descripción detallada de las quemaduras, hasta podemos leer los últimos mensajes de los móviles. Y escuchar que siguieron sonando después del accidente, pero eso está ya muy visto, así que intentemos lo infalible: niños, los niños funcionan siempre. Busquemos huérfanos, llanto, juguetes rotos. Catarsis colectiva. Y ahora ya podemos pasar a los deportes. Tenemos los informativos que demandamos. Somos morbo y en morbo nos convertiremos, vampiros trágicos expuestos a la voracidad ajena.