De las asignaturas de ciencias siempre me fascinó que no conocieran la connotación o la polisemia. En matemáticas o física las cosas significan lo que tienen que significar, sin recurrir al contexto. Otra cosa es que los de letras, como nos llamábamos antes, siempre busquemos las vueltas a cualquier asunto. Por ejemplo, últimamente no dejo de pensar en la propiedad de los vasos comunicantes, esa que habla de presiones homogéneas y niveles, y de que el líquido que echemos en varios recipientes, siempre acabará alcanzando el equilibrio, con independencia de la forma y el volumen de estos. Gracias a ella, se construyen los depósitos de agua en lugares elevados, para que las tuberías funcionen como vasos comunicantes. A mí me parece que esta propiedad explica casi todo, desde el funcionamiento de las fuentes barrocas y las prensas hidráulicas hasta las nuevas medidas de educación. No entendía cómo en época de recortes de profesorado y de aumento del número de estudiantes por aula, podíamos permitirnos el gasto de regalar ordenadores portátiles a los alumnos. Ahora empiezo a ver la luz. Algún motivo habrá, alguna conexión oculta debe de comunicar ese despilfarro en lo superfluo con el ahorro en lo necesario, hasta conseguir el equilibrio.

La ciencia es lo que tiene, que da respuestas donde las letras solo encuentran preguntas. Otra cosa es que no nos guste la explicación recibida, que pensemos dónde queda la enseñanza individualizada, la atención a la diversidad o las optativas, etc., etc. Pero lo que antes era importante ya se ha convertido en una utopía, algo etéreo que no puede canalizarse por tubería alguna.