El Vaticano dio ayer un toque de atención al teólogo español Jon Sobrino, de 69 años, que trabaja en El Salvador, porque en dos de sus libros afirma cosas que no concuerdan con el pensamiento de la religión católica. No le ha condenado ni le ha impuesto ninguna sanción, pero le ha advertido de que "sobre algunos temas cruciales hace afirmaciones que ponen en duda aspectos fundamentales de la fe de la Iglesia". Por ello, aclara, el Vaticano, deberán ser sus superiores quienes decidan si le dejan o no seguir enseñando.

"Estoy tranquilo, pero algo angustiado", explicó ayer el sacerdote a José María de Vera, portavoz de los jesuitas en Roma, quien aseguró que su congregación no le sancionará pese a las "discrepancias" con la fe católica que muestra en los libros Jesucristo liberador. Lectura historicoteológica de Jesús de Nazaret y La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas .

El Vaticano le da un aviso por afirmar que Jesús no nació siendo un Dios, sino que tomó conciencia de ello a lo largo de su vida. El riesgo, según el Ministerio para la Ortodoxia Católica, es que, leyéndolo, los fieles pueden deducir que Jesucristo no fue Dios. "Si no resulta claro que fue un puente entre Dios y el hombre, por lo que fue al mismo tiempo divino y humano, el puente se interrumpe y la Iglesia se iría al traste", dijo Federico Lombardi, portavoz del Papa.

En los ambientes vaticanos se decía ayer que la Iglesia sigue el asunto con pies de plomo. La explicación que daban algunas fuentes es que el pensamiento de Sobrino, y su vida, se apoyan en las ideas de la llamada teología de la liberación, que en los años 60 y 70 se propagó por Latinoamérica, que hacía hincapié en que el catolicismo debía optar por liberar a los pobres.

Tras anunciar el aviso, Lombardi resaltó la atención que la teología latinoamericana ha prestado "al contexto de la liberación humana y espiritual de los pueblos del continente", aunque matizó que "la opción para los pobres no puede ser exclusiva". Curiosamente, su tesis doctoral fue traducida al alemán con ayuda del entonces obispo de Múnich, Joseph Ratzinger.