El predicador oficial del Vaticano, Raniero Cantalamessa, comparó ayer las críticas al Papa y a la Iglesia católica por los abusos sexuales de sacerdotes a niños con el antisemitismo. «Me recuerdan los aspectos más vergonzosos del antisemitismo», sentenció en el sermón del Viernes Santo en la basílica de San Pedro tomando prestadas las palabras que, según dijo, le había escrito un «amigo judío». Cantalamessa agregó que, este año que coinciden las pascuas católica y judía, pensaba en los judíos, «que saben por experiencia qué significa ser víctima de la violencia colectiva».

Horas después, por la noche, en el tradicional vía crucis del Viernes Santo en el Coliseo romano, Benedicto XVI eludió de nuevo, como ya hizo en la misa del Jueves Santo, hacer mención alguna a los escándalos de pederastia eclesial.

Antes, Cantalamessa si condenó la violencia contra los niños, «de la que –dijo– se han manchado desgraciadamente no pocos miembros del clero». Al mismo tiempo, habló contra otra violencia, la de los hombres contra las mujeres, «que se desarrolla dentro de las paredes domésticas, a escondidas de todos y muchas veces justificada con prejuicios pseudoreligiosos y culturales». Por esta, agregó, «una mitad de la humanidad debe pedir perdón a la otra mitad, los hombres a las mujeres».

Añadió que dicho perdón no debe «quedarse en genérico y abstracto», y dirigiéndose a los hombres subrayó: «Creándonos varones, Dios no ha pretendido darnos el derecho de enfadarnos y dar puñetazos sobre la mesa por cualquier pequeñez».

El silencio del Papa sobre los escándalos sexuales de la Iglesia contrastó con las meditaciones que el propio Ratzinger, entonces cardenal, escribió y leyó en el vía crucis del Viernes Santo de hace cinco años, cuando el papa Juan Pablo II consumía sus últimos días de vida. Entonces, el hoy Papa ya conocía muchos de los casos de abusos que hoy son públicos. De hecho, la semana pasada, salieron a la luz diversos testimonios y documentos que acusan personalmente a Ratzinger de haber protegido a un cura pederasta en 1980, cuando era obispo de Múnich.

Pero en el vía crucis del 2005, a diferencia de ayer, Ratzinger sorprendió con unas duras palabras de autocrítica: «Señor, con frecuencia tu Iglesia nos parece una barca que está por hundirse», dijo aquel día con voz severa. «El vestido y el rostro tan sucios de tu Iglesia nos aturden, a pesar de que somos nosotros mismos quienes los ensuciamos».

Las meditaciones que acompañan a cada una de las 14 estaciones del vía crucis las leyó este año el cardenal Camillo Ruini, exvicario del Papa en Roma, quien por la mañana había dicho en Radio Vaticana que «la Iglesia está atravesando un período de sufrimiento por las faltas cometidas por sus hijos, especialmente los sacerdotes, pero también por la voluntad de atacar a la Iglesia».

Si alguno de los miles de asistentes al vía crucis estuvo pendiente de las palabras de Ruini y del Papa para captar alguna palabra sobre las denuncias de abusos sexuales de menores a manos de sacerdotes en medio mundo, fue en vano. En este particular vía crucis de la Iglesia, la jerarquía se está limitando a una tímida autocrítica (aunque nunca vista hasta ahora) combinada con la denuncia frontal de lo que considera una campaña de ataques «falsos e injustificados».