Juan XXIII, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II y trató de modernizar la Iglesia católica, tuvo que esperar 35 años desde su muerte para que la institución que lideró considerase que su vida había sido ejemplar y le beatificase. El Pontífice que completó la obra conciliar, Pablo VI, falleció en 1978 y su acceso a la santidad sigue varado en la Congregación para la Causa de los Santos. Todo lo contrario a lo ocurrido con Juan Pablo II, que se aplicó en cuestionar los principios del Vaticano II e ingresará en la nómina de beatos el próximo primero de mayo en un tiempo récord: seis años y un mes desde su desaparición.

Su sucesor, Benedicto XVI, ha logrado en los últimos meses neutralizar la amenaza de que los escándalos de pederastia dañasen de forma irreversible la reputación del Papa polaco y aplazarán sine die su ingreso en el panteón de modelos de vida a imitar por parte de los católicos. El Vaticano anunció ayer que Karol Wojtyla será beatificado en la plaza de San Pedro, en un ceremonia presidida por Joseph Ratzinger, el primer domingo de mayo, coincidiendo con la jornada en la que en todo el mundo se celebra el Día del Trabajo.

La elección de la fecha responde a que en el calendario católico se conmemora la festividad de la Divina Misericordia, instaurada por Juan Pablo II en honor de una santa polaca de la que se consideraba discípulo.

La decidida actitud del Papa alemán, que en los últimos tiempos se ha esforzado en transmitir a la opinión pública el mensaje de que no habrá más episodios de tolerancia con los clérigos implicados en casos de pederastia, además de sus reiteradas muestras de desolación por lo ocurrido, han allanado el camino hacia la santidad de Wojtyla.

En ese sentido, las decisiones adoptadas respecto al fundador de los Legionarios de Cristo, el sacerdote Marcial Maciel, protegido de Juan Pablo II, se han revelado particularmente efectivas. Benedicto XVI no solo ha puesto a un comisario al frente del movimiento para refundarlo, sino que ha prohibido que los legionarios le rindan culto en sus centros, exigiendo la retirada de sus fotografías y escritos. Un año atrás, las revelaciones sobre las fechorías de Maciel, calificado por el propio Vaticano como "un delincuente carente de escrúpulos", aconsejaron apear la beatificación de Juan Pablo II de la lista de prioridades del Papa. El portavoz de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, no evitó ayer pronunciarse sobre esa cuestión al hacer público el anuncio de la ceremonia. Lombardi dijo que se ha realizado una investigación "en profundidad y a conciencia" que ha descartado que Wojtyla estuviera al tanto de la conducta de Maciel.

ULTIMO TRAMITE Al dar por buena "la curación inexplicable para la ciencia" de la monja francesa Marie Simon Pierre, que padecía la enfermedad de Parkinson, lo que para el Vaticano equivale a la existencia de un milagro, Benedicto XVI cumplió ayer con el trámite que restaba para elevar al Pontífice polaco a los altares. Esa es la primera vez, en los últimos 1.000 años, que un Papa beatifica a su inmediato predecesor. La beatificación de Wojtyla, que culminará seis años y un mes después de su muerte, registrada el 2 de abril del 2005, se convertirá en la más rápida de la historia reciente de la Iglesia, desbancando de ese puesto de privilegio a la de la Madre Teresa de Calcuta, en cuyo procedimiento se invirtieron seis años y dos meses.

RESISTENCIA A LAS PRESIONES Con todo, Ratzinger se ha resistido a las presiones de quienes reclamaban que hiciese valer sus prerrogativas y fusionase el proceso de beatificación con el de canonización, declarándole santo directamente, sin necesidad de adquirir la condición previa de beato, como marcan las disposiciones del Código de Derecho Canónico. Para alcanzar la beatificación es preciso contar con el aval de un supuesto milagro, mientras que para ser canonizado se precisan dos.

La Iglesia polaca se ha mostrado entre los miembros más activos a la hora de promover la candidatura de Juan Pablo II a la santidad.