Ni la décima potencia católica del mundo, Argentina, ni la antigua "hija predilecta" de la Iglesia, Francia, han logrado en los últimos meses que el Vaticano aceptase como embajadores ante la Santa Sede a los candidatos inicialmente propuestos por sus respectivos gobiernos. La condición de divorciados u homosexuales de los aspirantes se ha erigido en un obstáculo insalvable para que Benedicto XVI les dé el plácet.

Una cosa es comulgar con la "laicidad positiva" que defiende Nicolas Sarkozy y otra muy distinta dar su brazo a torcer en cuestiones que el Papa alemán, que durante un cuarto de siglo desempeñó el cargo de guardián de la ortodoxia al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, considera esenciales.

Pese a que en su reciente visita a Francia el Pontífice no tuvo inconveniente en mostrar su afecto hacia un presidente dos veces divorciado y su nueva esposa, la cantante y exmodelo italiana Carla Bruni, la Santa Sede ha rechazado a dos de sus embajadores porque su vida privada no se ajusta a la moral católica. El escritor Denis Tillinac, casado, fue vetado por haberse divorciado en dos ocasiones y el último aspirante, Jean-Loup Kuhn-Delforge, por su homosexualidad.

Francia ha acabado plegándose a las exigencias del Vaticano nombrando a un diplomático con el perfil adecuado: Stanislas Lefebvre de Laboulaye, embajador en Moscú desde el 2006. Además de su currículo profesional --cónsul general en Jerusalén entre 1995 y 1999 y embajador en Tananarive entre 1999 y el 2002-- ha sido elegido por su excelente expediente privado: casado y padre de cuatro hijos.

La Embajada de Francia en el Vaticano ha permanecido vacía desde que murió su antecesor, Bernard Kessedjian, en diciembre del 2007, la víspera de la visita que realizó Sarkozy al Vaticano, donde lanzó por primera vez su concepto de laicidad abierta al diálogo y la colaboración con las religiones. Tras fracasar con el divorciado, Francia no se dio por vencida --o por enterada-- y propuso a Kuhn-Delforge, que además de ser homosexual declarado figura en el registro de parejas de hecho con su compañero, cuyo apellido ha añadido al suyo. Por respuesta obtuvo un silencio sostenido que siempre hay que interpretar como una negativa.

Un feo similar ha tenido que encajar la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Alberto Iribarne, ministro de Justicia en el gabinete de Néstor Kirchner, esposo de la actual mandataria, fue designado para ocupar la plaza de embajador en el Vaticano. Se pensó que la Santa Sede se sentiría honrada por la elección de un alto funcionario y se infravaloró que estuviera divorciado y hubiera contraído segundas nupcias, lo que al final resultó ser esencial.

La presidenta argentina, como Sarkozy, acabó buscando un recambio para desencallar la situación en la persona de Juan Pablo Cafiero, hijo de un veterano dirigente peronista. La semana pasada obtuvo el plácet del Papa en un tiempo récord: solo pasaron seis días desde que se presentó su candidatura.

ANTECEDENTE ESPAÑOL Lo ocurrido a los ahora frustrados embajadores guarda cierto paralelismo con la suerte que corrió Gonzalo Puente Ojea, un intelectual agnóstico que en 1985 fue elegido por el Gobierno de Felipe González como inquilino del palacio romano de la plaza de España, sede de la embajada que ahora ocupa el exalcalde de A Coruña, Francisco Vázquez. Puente, a pesar de estar divorciado, obtuvo el plácet de Juan Pablo II, pero solo dos años más tarde fue relevado del cargo poco después de que anunciase su intención de divorciase. El Vaticano no podía digerir por más tiempo esa situación.