El Gobierno español persevera en sus esfuerzos por aproximarse al episcopado, pero un sector de los obispos se le resiste. El último episodio se vivió el sábado en la embajada de España ante el Vaticano, en Roma, durante una cena ofrecida por la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, en honor de los nuevos cardenales, que reunió a más de 60 políticos y eclesiásticos. En el brindis, De la Vega se esforzó por subrayar las bondades de la relación entre la Iglesia y el Estado, basada, dijo, "en el respeto y la libertad mútuas". Incluso tuvo un recuerdo para el cardenal de la transición, Vicente Enrique y Tarancón.

El puente que tendió la vicepresidenta no halló correspondencia al otro lado. El cardenal arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, que tomó la palabra en nombre de los homenajeados, prefirió alertar sobre "los que pretenden construir una sociedad sin Dios" y no mencionó para nada al Ejecutivo.

ENTREVISTA CON BERTONE De la Vega, que por la mañana había acudido a la imposición de la birreta a García-Gasco, junto al arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, y el jesuita Urbano Navarrete, se entrevistó a continuación con el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tarsicio Bertone, en el despacho de este, durante 40 minutos, para tomar el pulso de la relación bilateral. Y a la salida aludió al momento dulce, exento de "contenciosos", por el que atraviesa.

Era la primera vez que el actual número dos de la Santa Sede se veía con Fernández de la Vega. Hace un año y medio la vicepresidenta mantuvo un encuentro similar con el antecesor de Bertone, el cardenal Angelo Sodano. Aquella vez, sin embargo, la conversación discurrió en la embajada española, minutos antes de una recepción idéntica a la del sábado. Pero a pesar de que Sodano bromeó con el traje rojo púrpura que vestía la vicepresidenta ("Lleva un vestido del color de los cardenales, ¿no tendrá una aspiración secreta?", le espetó), la primera colaboradora de Zapatero no hizo declaraciones tras 20 minutos de entrevista con el secretario de Estado.

Ayer, De la Vega evitó el color rojo en su atuendo, pero tomó prestada una cita de san Agustín para ejemplificar en la cena la fórmula que el Gobierno propugna en su relación con la Iglesia y que, entiende, funciona de forma satisfactoria: "In necessaris, unitas; in dubiis, libertas, in omnibus, caritas (En lo fundamental, unidad; en lo dudoso, libertad, y en todo, caridad)".

En medio de una audiencia en que la se encontraban, además de los homenajeados, los cardenales Julián Herranz, del Opus Dei, Carlos Amigo, Antonio Rouco y Antonio Cañizares, titulares de los arzobispados de Sevilla, Madrid y Toledo, respectivamente, y el cardenal emérito de Barcelona Ricard Maria Carles, además del presidente del episcopado, Ricardo Blázquez, De la Vega trazó un paralelismo entre los objetivos que persiguen Estado e Iglesia.

ASOMBRO Ambas instituciones, enfatizó, "buscan la realización de valores como la igualdad, la justicia, la dignidad y la paz", que son fundamento del "humanismo que alienta el espíritu democrático". Después pidió a los nuevos cardenales, a los que transmitió la "alegría" por su nombramiento, que trasladen al Papa el aprecio del Ejecutivo. El presidente Montilla, el expresident Pujol y el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, fueron, entre otros, testigos de ello.

La respuesta de García-Gasco fue menos amable. Ante el asombro de parte de los asistentes, compartido por los obispos catalanes, el arzobispo de Valencia advirtió de que España "no tiene futuro si la sociedad cierra su corazón a Dios", y se limitó a proponer el Evangelio como "gran baluarte de la dignidad". Horas antes, García-Gasco, adscrito al sector ultraconservador de los obispos, anticipó que ahora dedicará su energía a combatir "el laicismo radical".