TEtstoy encantado con el calor. Después de pasar veinte veranos seguidos en el húmedo y fresquito norte, he redescubierto los placeres del verano seco. Sé que decir esto suena a provocación porque usted lo lee tomándose una cerveza helada en el bar de la esquina, refugiándose de los 40 grados al amparo del aire acondicionado y resoplando cada vez que piensa que estamos a mediados de junio y nos quedan tres meses de canícula dura. Pero les aseguro que si vivieran en esos paisajes tan verdes y bellos que salen por televisión, lo acabarían lamentando. Para empezar, un dato: los asturianos, los cántabros y los vascos, cuando llega el fin de semana, se van de excursión a Castilla. Ellos dicen que a secarse. Veranean en pueblos tan poco exóticos como Sahagún, Mansilla de las Mulas o Ledesma y lo hacen en busca del calor y sus ventajas.

¿Qué ventajas son ésas? Por ejemplo, en Extremadura, en verano, decimos adiós a las afecciones respiratorias. Si viviéramos en Becerreá o Reinosa estaríamos todo el día carraspeando. Aquí vamos poco al baño: al reservar líquido, meamos menos y no estamos todo el día de letrina en letrina. Más: nuestro sudor, al revenirse menos que el de las transpiraciones norteñas, huele mejor y tarda más en ser un tufo inaguantable. Además, aquí se suda menos. Otro punto positivo: el cabello se engrasa poco y tiene menos caspa. Ya sé que parecen tonterías, pero les aseguro que gracias a los veranos extremeños sudo poco, meo menos, no me constipo nada y los cuatro pelos que tengo se me conservan mucho mejor. Dónde va a parar.