TMte he alegrado de la concesión del Nobel a Vargas Llosa por dos razones: la primera y menos importante es que por una vez los profesores de lengua no tenemos que avergonzarnos de no conocer la obra del premiado, ya sean versos etíopes o dramas malayos, ni por no saber pronunciar el nombre normalmente lleno de consonantes del autor. Y la segunda, porque ha habido pocos escritores en lengua castellana que me hayan deslumbrado tanto como Vargas Llosa. Creo que he leído todo lo que ha publicado, y en la mayoría de sus páginas me ha seducido el uso exacto de las palabras. Otra cosa es que me gusten todas sus opiniones, aunque no dejo de reconocer la coherencia con que las ha defendido a lo largo de su vida. Además, siempre he pensado que no es bueno conocer a la persona que se esconde detrás de la ficción. A veces (pocas) el resultado es decepcionante. Es difícil estar a la altura de una buena mentira literaria. Existen escritores excelentes que resultan ser también excelentes personas (Delibes , por ejemplo, por citar solo uno, y seguramente Vargas Llosa), pero puede que suceda lo contrario. He visto a autores a quienes admiraba dirigirse al público con un cubata y un cigarro en la mano en un lugar donde estaba prohibido fumar, a otros que solo son agradables ante las cámaras, e incluso a quienes desprecian a los lectores si no son del género femenino, y a la inversa. La mayoría de ellos escribía tan bien que podía perdonárseles todo. En literatura, claro, porque en la vida, la falta de respeto no debe perdonarse nunca, por más que en la ficción, seamos capaces de dejarnos atrapar por la verdad de sus mentiras.