TCtasi nadie quiere ser turista. Parece que da vergüenza reconocer que se prefiere dormir en un hotel a convivir dos meses con escorpiones africanos sin más techo que las estrellas. Todos quieren ser viajeros, presumir de sacar billete de ida pero no de vuelta, disfrutar buscando alojamiento con la mochila al hombro, sin importar dónde se duerme o mejor dicho, sin que sea necesario dormir. El viajero no sabe de horarios ni de visitas obligadas. Sale de casa con un destino pero puede aparecer en otro. Es respetuoso con las costumbres locales, así que prueba de todo, desde insectos confitados a pez venenoso con miel, y, sobre todo, el viajero lleva un cuaderno de viaje, valga la redundancia, donde escribe sus aventuras. El turista no lleva cuaderno alguno. No es lo mismo apuntar un amanecer en el desierto sin más compañía que unos amigos que hablar del Partenón acompañado de doscientos mil. Ni es igual visitar lugares donde solo se accede a pie, que competir por un sitio entre un millón de autobuses. Viajeros de verdad he conocido pocos, turistas, muchísimos, y muchísimos más que presumían de viajeros simplemente por llevar cuaderno, vestir ropa de camuflaje y haberse comprado una brújula. Respeto a los dos primeros, del último suelo reírme bastante. Yo, sinceramente, soy turista. Tolero lo desconocido y me encanta la aventura si están encerrados entre páginas. No llevo cuadernos de viaje porque nunca escalé una cima ni visité lugares recónditos salvo en los libros. Por eso admiro a los viajeros, pero a los de verdad, no a quienes juegan a ser exploradores perdidos en un mundo lleno de gps.