TEtl pasado viernes, mientras tomaba un refresco en una atestada terraza del norte de Portugal, me quedé gratamente sorprendido del silencio ambiental, y eso que uno de los restaurantes de la plazoleta donde me encontraba tenía instalada una pantalla gigante --en plena calle-- en la que se retransmitía un partido de fútbol. Tanta tranquilidad me parece inconcebible en un país como España, que se ha ganado a pulso la fama de ser uno de los más ruidosos del mundo. Aquí matamos el silencio a cañonazos. Si se pudiera exportar el ruido, saldríamos pronto de la crisis.

No conozco el carácter portugués más allá de los tópicos; no me atrevería pues a concluir si su rechazo de los excesos acústicos se debe a sanas costumbres impuestas por una sociedad civilizada o si se debe a algo más profundo: su famosa saudade . En cualquier caso, yo desearía algo de esas sanas costumbres o de esa nostalgia para un país como este, tan opuesto al espíritu del fado.

Los portugueses son tristones, qué le van a hacer, pero la tristeza tiene sus ventajas. Una de ellas es que a los tristes no les sobran energías para tocar la pandereta o aporrear el tambor: reservan esas pocas energías para embeberse de sueños nostálgicos. Los portugueses, me parece, dormitan siempre, incluso cuando están dormidos, mientras que los españoles, zombies de la noche, están eternamente despiertos.

Algunos ayuntamientos españoles se empeñan en regular los niveles de contaminación acústica de sus poblaciones. Loable pero ineficaz tarea la suya: por algo Spain is diferent . Por suerte, a los amantes de la paz y la tranquilidad siempre les quedará Portugal.