La historia reciente del Aquarius es de sobra conocida. La de cómo las oenegés Médicos Sin Fronteras (MSF) y SOS Mediterranée, que operan este simbólico barco, tuvieron que recorrer 700 millas para alcanzar el puerto de Valencia después de que los 630 migrantes que portaban fueran rechazados tanto por las autoridades de Italia como por las de Malta. Pero este navío ha tenido una larga vida antes de saltar a las portadas de medio mundo.

Con sus 77 metros de eslora, fue construido en 1977 por el Gobierno alemán para que realizara tareas de guardacostas en el Atlántico norte. Recibió el nombre de Meerkatze. Su casco era negro, con los colores de la bandera germánica en el lateral. Tuvo ese cometido hasta el 2008. Pasados algunos meses inició un periplo de siete años dedicados a la investigación científica. Pasó a llamarse Aquarius. En febrero del 2016, MDF y SOS Mediterranée se asociaron para usar el barco en el rescate de migrantes en las costas de Libia. La enfermera y activista de SOS Mediterranée Marie Rajablat ha documentado la vida a bordo a través del libro Los náufragos del infierno. Un relato entre el escalofrío y la esperanza que está por volver a empezar: el Aquarius ya va camino de Libia.

Cuando está operativo, en el barco suelen trabajar a la vez casi 30 personas: 11 tripulantes, 10 rescatadores de SOS Mediterranée y siete u ocho miembros de MSF. Todos ellos coordinados a la perfección y entrenados para suplirse cuando sea necesario. La zona de influencia del Aquarius suele ser la costa de Trípoli (Libia), dando vueltas de este a oeste en busca de embarcaciones. Los avisos de emergencia llegan a través del fax y llevan la firma del Centro de Coordinación de Búsquedas y Rescates en el Mar, con sede en Roma.

AHÍ ESTÁN, ATURDIDOS / La experiencia les dice que las lanchas neumáticas suelen transportar entre 120 y 200 personas, y los barcos de madera, entre 150 y 1.000. «Conforme llegamos a la zona, todos nos tensamos como un arco», cuenta la activista. Hasta que dan con ellos. «Poco a poco los rostros aparecen; después, las miradas incrédulas, asombradas, aturdidas». El Aquarius empieza a maniobrar para situarse ni muy cerca ni muy lejos, buscando el mejor sitio para que el embarque de personas sea lo más rápido y seguro posible. Mientras se posiciona, si es de noche, mantienen a los migrantes a la vista con una potente luz.

En el primer contacto verbal desde las barcas neumáticas de rescate del Aquarius suele repetirse una misma frase: «No tengáis miedo, no somos policías». La repiten, relata Rajablat, en francés, árabe, inglés y en otros idiomas hablados en el oeste de África. El transbordo de personas -mujeres y niños primero- se realiza con rapidez, aunque esos minutos parecen horas para los activistas que tratan de no dejarse a nadie por el camino, en un entorno hostil, oscuro y cambiante. Sobre la cubierta esperan las cajas con los kits de supervivencia. Y una vez están todos a salvo se procede a evaluar las urgencias médicas.

TAREA DIFÍCIL / Los rescates pueden suceder también de día, con la climatología de cara. Pero eso no significa que vaya a resultar sencillo. Un relato de la activista de SOS Mediterranée demuestra hasta qué punto esta tarea es imprevisible y complicada. Avistaron una embarcación que estaba en malas condiciones. En su interior estalló el nerviosismo y empezaron a lanzarse al mar. Sin saber nadar. «Por todas partes había hombres en el agua que gritaban y se agitaban. Unos 60. Habitualmente, el reparto de salvavidas se hace con calma, pero ese día, la necesidad impuso su ley y hubo que lanzar al agua todo lo que flotaba para que pudieran agarrarse. Afortunadamente, todos fueron rescatados». Unas horas antes, sin embargo, 90 personas habían desaparecido en el mar en una embarcación similar que no pudieron encontrar a pesar del aviso recibido. En su primer año de funcionamiento, el Aquarius rescató 36 cadáveres. «Todos los cuerpos yacían en el fondo de las balsas neumáticas. Habían perecido por asfixia debido a las emanaciones del fuel o por ingesta de una mezcla de fuel y agua de mar».

Este tipo de intervenciones deja una profunda huella en los activistas. Mathias, coordinador del equipo de rescates, hablaba así de la recuperación de 22 seres humanos sin vida en el mar: «Durante semanas no solo no podía hablar, sino que también tenía ese olor de cuerpos en putrefacción impregnado en mí, noche y día… una pesadilla». Esas emociones, sin embargo, se desvanecen cuando les sorprende otra emergencia. Stéphane, uno de los rescatadores, cuenta cómo su mente se vacía cuando tienen que entrar en acción. «Nos fijamos en un solo objetivo: localizar a aquellos que ya no se mueven o que no gritan, porque aquellos que se mueven o gritan aún tienen energías».

Una vez a bordo, el tránsito hacia el puerto (antes italiano, ahora ya se verá) solía ser calmado. Cuenta Rajablat que estos viajes «siempre transcurren en paz, a menudo con un momento de júbilo al atardecer, cuando los rescatados cantan y bailan a modo de oración». Escenas emocionantes. Pero también las hay dramáticas. Como el día en que dos mujeres jóvenes se pusieron a gritar porque reconocieron a dos hombres que las habían violado en las prisiones en las que estuvieron encerradas. Ellos, cuenta la activista, no lo negaron. Alegaron que los carceleros les habían obligado.

TESTIGOS DIRECTOS / A bordo viajó en una ocasión David, profesor de inglés de Nigeria que se fue a trabajar a Trípoli, donde fue secuestrado, encerrado y golpeado. También Souleyman, senegalés de 19 años cuyo padre fue asesinado delante suyo cuando él era un niño. A su hermano lo raptaron para convertirlo en soldado cuando tenía 12 años. Nunca lo volvió a ver.

El Aquarius ya va camino de Libia para volver a empezar. No sabe dónde podrá desembarcar a los supervivientes del mar, pero sí es consciente de lo que se le viene encima. Los náufragos del infierno.