Resulta difícil encontrar un hombre tan polifacético como José Vizcaíno: ha sido constructor, cultivador de tabaco y empresario en diversos negocios que le han dado de comer. Pero también ha dedicado buena parte de su vida a otros oficios que no proporcionaban ingresos, pero sí satisfacciones. Ahora, a sus 79 años, se ha empeñado en comercializar su invento, patentado a finales de los 80 bajo el nombre de Jovizgar , un recuperador de calor que, aplicado a los secaderos de tabaco, podría ahorrar combustible y dinero.

"Si mi invento se hubiese patentado en Cataluña todo el mundo se habría interesado por él", lamenta Vizcaíno, que ha remitido cartas al presidente de la Junta de Extremadura, la vicepresidenta, el consejero de Agricultura e, incluso, el Rey de España, quien le recibió en La Zarzuela en 1992 tras ser galardonado con la medalla de oro en el Salón Eureka de la Invención y la Innovación de Bruselas.

"El invento permite ahorrar entre un 40 y un 60% del combustible", sostiene Vizcaíno, que ha elaborado un informe económico en colaboración con una agrupación de productores en el que se llega a la conclusión de que el aparato, instalado en 3.000 estufas, podía haber ahorrado a todos los extremeños más de 180 millones de litros de combustible y 85 millones de euros desde el año 1990.

José Vizcaíno, que tiene un precioso coche PTV rojo que sólo utiliza en los carnavales, guarda una vida salpicada de aventuras. Conserva el título de piloto privado aunque vendiera su avioneta; tiene una calle en su pueblo, Talayuela, y ostenta la Cruz al Mérito Civil de Beneficencia.

Fundó la asociación DYA en la provincia de Cáceres y las autoridades le reconocieron su "elogiable comportamiento" en abril de 1979, cuando se presentó en Zamora con un equipo de salvamento para colaborar en las tareas de rescate de los escolares que cayeron en un autobús al Río Orbigo. Entre sus hazañas figuran también el rescate de un montañero en la Sierra de Gredos y su colaboración en las inundaciones de Alcira (Valencia) en 1982.

"Me preguntaba dónde estaban los medios y cuando ya había finalizado la riada aparecieron por docenas los helicópteros", recuerda con tristeza.

Reivindicativo como pocos, ha cultivado buena parte de su vida con hojas de tabaco. En los años 80 llegó a encadenarse a las puertas de Tabacalera para reclamar la instalación de una fábrica de cigarrillos en su tierra, donde se produce más del 80% del tabaco nacional. Su petición nunca se hizo realidad, pero logró bajo la presidencia de Pedro Pérez que los medieros del tabaco fuesen gratificados cada año con un viaje a una factoría.

"Ahora tengo una magnífica relación con los directivos de Altadis, pero la espina de una fábrica en la zona siempre la tendré clavada", sentencia.