A veces toda una vida se derrumba en unos segundos. En Dujiangyan, Shi Huaigui, un jubilado de 58 años, salió de casa como cada día para ir al colmado y dejó a su esposa, Cao Dengping, haciendo la colada. "Ya de vuelta, empecé a notar que el suelo se movía", explica frente a un montón de escombros. Es su casa. Y en algún lugar bajo los cascotes está su mujer. "Solo pido que venga alguien a despejar esto y a buscar el cuerpo", dice.

El terremoto no ha hecho distinciones. Un ejemplo de esto son los 900 chavales bajo las ruinas de una escuela de la ciudad. "Todavía vamos sacando a alguno vivo, pero muchos, muchos han muerto", decía ayer un miembro de los equipos de rescate.

Uno de los escolares que sobrevivieron, Zhang Zhiyin, explicaba que el seísmo empezó cuando habían acabado de comer y se disponían a volver a clase: "Todo empezó a temblar justo en el instante en que había salido del edificio. Desde ese momento he estado dando vueltas por la ciudad. No sé adónde ir".

La situación en esta ciudad es dramática. Ayer, la lluvia torrencial y las réplicas sacudieron Dujiangyan una y otra vez. La ciudad parece un campo de refugiados, y la gente solo sale a la calle con dos objetivos: encontrar a sus familiares desaparecidos o huir hacia otras zonas del país.