1853, Aburquerque (Nuevo México). En una fragua se ultiman los detalles del chásis de un nuevo carruaje, la madera de caoba brasileña está preparada para fundirse con la tapicería de cuero y dar lugar a un nuevo medio de transporte para una familia acaudalada en el viejo Oeste. Difícilmente hubiesen imaginado sus "mecánicos" y sus primeros dueños, que aquel carruaje cruzaría un océano y terminaría a miles de kilómetros de allí, en Gévora, una pedanía de Badajoz que por aquel entonces ni siquiera existía.

La razón de que una diligencia del siglo XVII haya hecho, junto a otros cuatro carruajes antiguos, miles de kilómetros no es otra que la afición de Agustín Santos, su nuevo dueño, por las antigüedades en general y por los carruajes en particular. "Siempre me he sentido atraído por los objetos antiguos y he coleccionado muebles y otros enseres, pero hace unos diez años empecé a comprar carruajes y ya tengo cinco distintos".

Sus carros proceden de Estados Unidos y recuerdan a las películas del Oeste, aunque la historia de su llegada hasta su dueño, no es tan rocambolesca como un western . Los coleccionistas buscan estas auténticas piezas de museo originales, ya que es difícil conseguirlas. Agustín comenta que "existen muchas copias pero pocos originales, una forma de averiguar si es original es mirando el chásis, hecho a base de hierro forjado en fraguas, sin soldaduras porque en aquella época no existían".

Hasta las manos de Agustín llegan de distintas formas, sobre todo a través de otras personas con esta afición. Una vez adquiridos empieza un proceso de restauración, "aunque suelen estar bien cuidados, yo los mando a restaurar cuando los adquiero, para que traten sobre todo la madera, de la posible carcoma, los pinten y barnicen para que queden como nuevos".

Tras el proceso de restauración, los carruajes pasan a una nave donde los mantiene resguardados y en la que parecen estar dispuestos para volver a funcionar, como ya lo hiciesen un día por tierras americanas.

Entre todas sus piezas, destaca una diligencia del siglo XVII, que para Agustín es la joya de la corona de su particular colección. Se trata de un coche cubierto para seis personas, que debía ser algo así como un deportivo último modelo de hoy en día. "Hasta Europa llegó por casualidad, la compró una familia de Portugal y así fue como pude hacerme con ella".

Aunque Agustín está encantado con su colección y para él "tiene un valor incalculable", por problemas de espacio está abierto a la posibilidad de vender algunos y su intención es que se queden en Extremadura. Aún deparan muchas historias a los ejes de estos carros, que echaron a rodar cuando el petróleo y la contaminación eran términos aún desconocidos.