Serían las tres de la madrugada. Un ruido como de susurros me despertó. Vi luz en el cuarto de baño. Con el sigilo que da el miedo, abrí la puerta. Mariano Rajoy , genuflexo, taciturno y aplicado, depilaba las pantorrillas a Angela Merkel mientras que ésta le soltaba, reinona sobre la loza de mi retrete, un discurso acerca de cómo extorsionar a la ciudadanía sin provocar un amotinamiento. Más economía y menos soberanía, era su cantinela. No hay duda de que estás soñando, me dije, porque solo los sueños usan de la metáfora y la burla como expresión de nuestras obsesiones. La realidad es menos cachonda.

Descubiertas, pues, las trampas de la noche, no hice caso a la grotesca visión y quise aprovechar para afeitarme. Solo que, como en los sueños todo es sorpresa y caos, al ponerme frente al espejo lo encontré tomado por un okupa que me miraba indolente desde dentro del cristal. La verdad es que el tipo se parecía a Iker Jiménez , pero hablaba con la voz sepulcral de Jiménez del Oso . Son tiempos de incertidumbre, me dijo, y ninguno de esos dos aspira a capitanear más allá de tus bolsillos. Ni tu corazón ni tu felicidad les interesa. No las busques en sus programas políticos. De modo que si quieres creer a este pobre fantasma, dales donde más les duele: gasta solo en lo imprescindible, no compres, no te afilies, no te alíes, desconfía de la multitud. Hazte francotirador. Sé como el que entra en una cueva e ilumina su rincón con su párvula cerilla. Descubrirás que a tu luz acuden cientos, y entre todas formaréis una hoguera que espante. Es la única revolución que puede salvarnos de este desatino.

Habría escuchado gustoso el resto de su soflama si no llega a ser porque la Merkel le tapó la boca escribiendo sobre el cristal: abajo las utopías. Y desperté.