TYt perdón por la redondoncia , como dice un amigo. Y es que cuando me preguntaron por el título genérico de esta columna, dudé hasta que me acordé de mi infancia, bendita sea, y del título de un poemilla de uno de mis libros escritos o insuflados. Y me pareció adecuado incorporarlo aquí, por razón de poema y porque, a la medida en que los años van pasando por mí, por mi calva y por mis huesos, he ido descubriendo la capacidad lenitiva de los bares.

Cuando de gurí iba al cine, a mitad de la proyección se interrumpía la magia para poner anuncios del saquito, el aceite rosil, norit o el no sé qué. Pero antes, aparecía el mágico cartel: "Visite nuestro bar". Los papás y las mamás, las tatas y los sorches se levantaban camino de la libación, y nosotros nos quedábamos sentados, conformándonos con un señor que pregonaba aquello de: "¡Hay caramelo, pipasalada, chocolatinalmendritoiga!". Y aquel hombre colgaba de su cuello una especie de altar ambulante que ofrecía todo tipo de remedios para nuestros males. O así me lo parecía. De ahí al bar, tan sólo el paso de unos años, un suspiro en el sueño. O sea que he querido rendir homenaje a esta liturgia pagana y a sus oficiantes. Lo cual que, cuando la palme quiero que mis amigos, después del gorigori oficial, me lleven en la urna, tapadito, hasta el rincón acogedor de la barra de un bar. Y allí beban, canten y se emborrachen por mí. Y si, por mor de la ingesta acaban aventándose, escorados de babor, se olvidan y me abandonan, que no se preocupen que yo sabré volver solito a casa.