TTtuve un amigo que aseguraba ser vegetariano y que apostaba por una alimentación que no se basara en el sacrificio de animales. No tendría nada de particular si no fuera porque le encantaba el jamón, los filetes de ternera y las chuletillas de cordero lechal. En infinidad de ocasiones le intentamos hacer ver su incoherencia, pero se defendía con argumentos de peso y afirmaba ser un teórico del vegetarianismo y, de igual manera que hay católicos no practicantes, él se definía como un vegetariano no practicante. Un problema parecido debía de tener el gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer , que de día era un azote de la prostitución y por la noche se gastaba mil euros por hora. Pero esto de diferir entre predicar y dar trigo es moneda corriente allende los mares y también en tierras cercanas: ecologistas subidos en vehículos todo terreno de los que consumen 20 litros cada 100 kilómetros, personajes que alardean de feminismo sin haber cambiado un pañal ni usado una fregona y preconizadores de la contención salarial de los mileuristas ganando un millón al año. Hace años me encontré con esta frase: quien no vive como piensa, termina pensando como vive. Desde entonces desconfío de quienes aconsejan hacer a los demás lo contrario de lo que hacen en sus vidas. Y es que el tiempo acaba poniendo a cada uno en su lugar: primero cambian las costumbres y, finalmente, se modifican los discursos, siempre en ese orden. Al final, va a ser verdad que es la vida la que modela nuestras ideas y no al revés: parece que vienen malos tiempos para el pensamiento y pésimos para los discursos.