THtace un año, un avión de Air Canadá que realizaba el trayecto entre Toronto y Londres tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en Irlanda después de que uno de los pilotos empezara a pedir a gritos que quería hablar con Dios. El tipo se puso tan nervioso y tan cabezón que la tripulación tuvo que sacarlo de la cabina e improvisar un aterrizaje forzoso en la ciudad irlandesa de Shannon (qué mejor sitio para apear a alguien que quiere hablar con Dios). Aquello no fue lo que más me llamó la atención del místico suceso. Sí lo hizo, por el contrario, que el piloto se hubiera descalzado tranquilamente antes de preguntar insistentemente por el Altísimo y organizar aquel tinglado. Supongo que pensó que para hablar con Dios había que estar cómodo. Lo mismo no le faltaba razón. El hombre lleva milenios intentando hablar con Dios a través de oraciones, ritos, pinturas, construcciones- y aún no lo ha conseguido. Y pude que el problema de esa incomunicación sea que no nos sintamos cómodos haciéndolo. Estos días en Holanda hay una línea de teléfono móvil que se publicita como una conexión directa con Dios. Parece ser que está recibiendo cientos de llamadas, pero todos los que se han decidido a marcar el número sólo escuchan la grabación de un contestador automático que dice: "Este es el teléfono de Dios, en este momento no puedo atenderle, pero deje un mensaje o llame más tarde". Yo entiendo que Dios esté ocupadísimo, o que esté hasta los mismísimos de que le suene el móvil en las reuniones y por eso lo tenga apagado, pero es que ya lleva mucho tiempo sin escucharnos. Que sí, que es posible que sea por nuestra culpa, pero y él, ¿habrá probado a quitarse los zapatos para atendernos?