TEtl pasado jueves compartieron la franja horaria televisiva dos programas que han suscitado gran interés entre los espectadores de nuestro país: la emisión en Antena 3 de la primera entrevista con Natascha Kampusch , la austriaca que malvivió secuestrada en un zulo desde los diez años hasta los dieciocho, y la inauguración en Telecinco de la octava edición de Gran Hermano . Al día siguiente escuché decir a Pilar Rahola en una tertulia de Punto Radio (minutos antes de defender al indefendible Pepe Rubianes ) que no había diferencia entre ambos programas, pues tenían en común el objetivo de alimentar el morbo. Los tachó, sin establecer matices, de telebasura. Podría haber estado más fina Rahola en su análisis, ella que intervino con asiduidad y alevosía en Crónicas Marcianas (programa telebasura por excelencia), y que incluso estuvo a punto de participar en La isla de los famosos (en su momento reconoció que rechazó viajar a la isla siguiendo el consejo de sus hijos). Se equivoca esta señora, porque el asunto Natascha, morbo aparte, es hoy (ya veremos en qué degenera mañana) un caso de digno estudio sociológico, psicológico y antropológico, sin olvidar su indudable valor periodístico.

La experiencia de quienes han sido condenados a la tiranía de un zulo, sean Natascha Kampusch, Ortega Lara, Gregorio Samsa o los polvorientos Manuscritos del Mar Muerto, supone siempre un documento fehaciente sobre los mimbres de la cruda condición humana. Gran Hermano nunca ha sido escaparate de la lucha del hombre por la supervivencia, sino un vulgar y lucrativo producto televisivo ideado por productores sin escrúpulos.