Dudamos en casa, francamente, sobre el espectáculo, el cacao, la martingala que pueda llegar a generar esta colección de famosetes que acaban de encerrar en el recién estrenado Hotel Glamour (Telecinco). Los Dinio (cubano), Yola Berrocal, Tamara, Pocholo Martínez-Bordiu o la adivina Aramis Fuster --por poner los más emergentes-- son un tipo de criaturas que llevan mal la cautividad. Lo suyo es el libre safari nocturno, la selva. O sea, en lugar de encerrarlos, dejarlos libres. Este hotelito o pensión con pretensiones que les han montado --en realidad, es un plató de TV con habitaciones, camas, escalera para dar sensación de movimiento, y el inevitable yacuzi-- puede llegar a ser una tumba. ¡Y pretenden tenerlos ahí tres meses seguidos! Como no tengan preparado un buen calendario de visitas, un buen repertorio de otros famosetes que vayan apareciendo y se vayan sumergiendo en los bidets, por parejas o por tríos, el invento se va a agotar en cuatro días. Después de las gloriosas batallas palanganeras de Dinio con Marujita, asistir ahora a una posible astracanada colchonera del cubanito con Aramís, francamente, no seduce. Con Yola Berrocal pasa lo mismo. Quizá una buena solución sería meter a Apeles una noche, y que nos repitiese aquel número de "¡Soy el lobo!", virtuosa dramatización del clásico cuento que según Yola ejecutaba en calzoncillos, metido en los armarios de hoteles y meublés, y ella esperándole fuera, recostada en la cama, y vestida con el tanga de Caperucita. En una palabra, que aquí lo que falta, precisamente, es el glamour. De la inauguración, lo único resaltable es que por fin hemos conocido a don Floreal, padre de Tamara. Ha sido una sorpresa. En todos estos años de tamarismo llegamos a estar totalmente convencidos de que su madre, la impagable señora Seisdedos, había conseguido tener a su hija por generación espontánea, o sea, sin más ayuda que ella misma y el bolso en el que guarda el célebre adoquín.