Hace un par de semanas se publicó un sesudo estudio científico que, tras cuatro años de trabajo de campo y casi 800 entrevistas, llegaba a una fascinante conclusión: algunos programas pueden fomentar embarazos no deseados en las adolescentes. Pero el apasionante mundo del informe-perogrullo siempre se supera. Hay otro que deja en filfa el de la capacidad reproductora de la tele.

Según la compañía Springer Science+Business Media, la tele es el "opio y el refugio" de los infelices, sin aportarles beneficios. Pero lo que más acongoja de este trabajo es que lo ratifica otro paralelo (y es de suponer que igual de sesudo y científico) de la Universidad de Maryland: sobre una muestra de 30.000 personas, concluye que los espectadores más asiduos son los más infelices.

El estudio de Springer, ¿Qué hace feliz a la gente? , afirma que la tele provoca infelicidad, y "adicción en las personas más vulnerables", ya que produce "momentos breves de placer", pero, a la larga, puede llevar "a la miseria y a los lamentos". Según este desasosegante trabajo, el teleconsumo diario entre los infelices es un 30% superior al de los felices. Y la puntilla: las personas con problemas de pareja están (¡oh, sorpresa!) más tiempo ante el televisor (un 10% más). Pero este apocalíptico estudio plantea dudas. Por ejemplo, si cambiamos la tele por cocaína o alcohol, ¿las conclusiones serían las mismas? ¿Eso significaría que el problema no es la tele, sino las personas con problemas, que se evaden ante la pantalla? ¿Es peor ser infeliz ante el televisor que ante un calimocho o un chute?

Los de Maryland son un pelín más drásticos que los de Springer. Su estudio ¿Qué hace la gente feliz? concluye que la tele provoca que no salgas, no te arregles, no busques compañía, no hagas planes... O sea, fomenta el aislamiento. Otro dato trascendental que ofrecen los de Maryland es que los más felices (los que ven menos la tele y salen, se arreglan, hacen planes...) también ¡hacen más el amor! Eso sí, reconocen que la delgada línea roja que separa al feliz del infeliz son 48 minutos ante el televisor. Es decir, con una hora diaria menos de televisión pasas de ser un anacoreta a un relaciones públicas de éxito.

Este trabajo plantea las mismas dudas que el de Springer: ¿es más infeliz quién más tele ve o son los infelices los más teleadictos ? O desde un punto de vista cínico, ¿es Diógenes el súmmum de la felicidad, porque no tenía tele, aunque tampoco salía, se arreglaba, hacía planes...? Dudas aparte, hay que felicitar a los de Springer y Maryland: tiene mérito encontrar panolis dispuestos a subvencionar sus estudios.

Esto de la infelicidad televisiva se puede coger por donde se quiera. Por ejemplo, Pippin, el meloso perro que en el año 1989 protagonizó la campaña de TVE Aprenda a ver la tele, nos partió el corazón haciendo la maleta y dejando el hogar, porque su amito prefería la televisión a jugar con él. ¡Eso era infelicidad colateral y no la del crío que lo ignoraba! Claro que esa infelicidad le dio a la dueña del ya finado nieto de Benji millones de alegrías...