--¿Cómo valora su incursión en el personaje de Felipe II?--Me ha hecho mucha ilusión. De niños jugamos a hacer de piratas y de indios, uno de los personajes que uno quiere hacer es el de rey o princesa y he cumplido un sueño de niño. Me importaba mucho la pinta del rey y me gusta el aspecto físico que le hemos encontrado, con un mentón muy prominente, rubio y barba, y el vestuario.

--¿Después de este trabajo, qué imagen le queda del monarca?--Dicen que Felipe II era más bien tímido y no le gustaba mucho estar en público. Pretendía quedar bien en la historia y no perder el imperio que heredó de su padre, Carlos I. Era algo acomplejado, pero muy trabajador. Todo pasaba por sus manos. Por eso, la burocracia aumentó. Tenía mucho miedo a las traiciones y a ningún secretario le daba toda la información. Por eso, la traición de su secretario Antonio Pérez para él fue muy grave.--¿La Princesa de Eboli

-- aporta alguna novedad a este tipo de producciones televisivas?--Es un proyecto que acerca la historia al público. Hemos pretendido que sea muy humano, que se vean las lágrimas, el sudor, la sangre... No es una serie histórica plana, sino que los personajes tienen corazón, sudan, comen y beben. Este es el atractivo. Cuando los chavales estudian Historia la ven como un rollo. Yo siempre la suspendía y de adulto ves que es el cuento del mundo más bonito.

--Habrá tenido que empaparse...--Absolutamente, porque yo era un negado. He leído mucho, pero eso es lo bonito del oficio de actor: te colocas en sitios en los que nunca te habías metido.

--¿Qué tiene de cosecha propia este rey que usted ha creado?--Un tono de voz un poco agudo. Al ver la pinta del personaje, pensé que era bueno mantenerlo, porque me parecía más acorde con él, aunque parezca que un tono más grave le da más empaque y que seas mejor actor.

--¿Aceptó la oferta porque solo se trataba de dos episodios?--No tengo prejuicios. Si la historia me gusta y es para la tele, bienvenida sea. Es un buen medio para hacer estos productos.