¿Quién lo iba a decir? Seinfeld era una serie sobre un cómico de Nueva York charloteando con sus amigos. Era una serie sobre todo, sobre nada, igual que la telecomedia-dentro-de-la-telecomedia que proponía su personaje más memorable: George Costanza (Jason Alexander). Y sin embargo, 76,3 millones de personas acabaron viendo su capítulo final, emitido el 14 de mayo de 1998. Veinte años ya, aunque no queramos creerlo.

The finale era el clímax (algo anticlimático, todo sea dicho) de una aventura que había empezado en 1989 con un piloto que no había gustado a casi nadie. El quisquilloso Jerry (el cómico Jerry Seinfeld, en una versión ficcional de sí mismo), su amigo neurótico George (basado en el cocreador Larry David) y el excéntrico vecino Kessler, luego llamado Kramer (Michael Richards), habían caído regular en los pases de prueba. De todos los involucrados en el proyecto, solo Seinfeld creía ciegamente en su futuro. Al final, la NBC encargó cuatro episodios más, dando forma a una de las primeras temporadas más escuetas de la historia. Pero a condición de que a la banda se uniera una chica. La elegida fue Julia Louis Dreyfus, revelación del Saturday night live unos años atrás y candidata perfecta por su energía para interpretar a la imparable, aunque a menudo equivocada, Elaine.

30 millones cada semana

La fórmula acabó funcionando y, a partir de su quinta temporada, sobre 30 millones de espectadores se acercaban cada semana a las aventuras de cuatro personajes más perdedores que ganadores. Aquí no había nada aspiracional: eran tan pringados como casi todos nosotros. Jerry y George podían entrar en conflicto, pero la serie no buscaba solución, solo mostraba a los personajes dejándolo estar. No había abrazos finales.

Desde el principio, Seinfeld y David, acompañados por un equipo de guionistas con tanta experiencia en telecomedia como ellos (o sea, ninguna), idearon episodios casi radicales en su minimalismo. En El restaurante chino, lo que hacen los amigos es, básicamente, esperar mesa en el local del título. Y en El párking, tratar de recordar dónde habían dejado el coche en el aparcamiento de unos grandes almacenes. La serie sobre nada iba en realidad sobre todo. Sobre todas esas cosas que nos pasan en la vida y de las que pocas series hablaban. Cosas que no son de vida o muerte, pero afectan.

En el recomendable Top of the rock, historia oral de la época dorada de NBC durante los 80 y 90, Jerry Seinfeld explica: «Cuando empezamos, la serie número uno en EEUU era Alf. Nunca creímos que fuéramos a estar a ese nivel de aceptación. No creímos que fuera posible. Solo queríamos hacer nuestra historia».

El antepenúltimo episodio de Seinfeld (el penúltimo fue un recopilatorio) fue visto en EEUU por 38,8 millones de personas. Al último se apuntaron algunos advenedizos, para no quedar relegados a una esquina en la conversación cultural. Tan importante fue el episodio que casi oscureció la otra noticia del día: la muerte de Frank Sinatra. Esos nuevos espectadores no vieron un gran episodio de Seinfeld, sino quizá uno de los peores. Exagerado, exuberante y extralargo (el doble de lo habitual), rechazaba el espíritu de minimalismo absurdo de la serie en sus mejores días. Pero los fans disfrutaron con el desfile de guiños solo para ellos. El más emotivo, quizá: la escena inicial del piloto sobre el botón de la camisa de George se repetía, casi palabra por palabra, nueve años después, a modo de cierre circular (todos los capítulos se pueden localizar en Amazon Prime Video).