En menos de 24 horas han enmudecido la palabra (Julio Anguita Parrado) y han cegado la cámara (José Couso). Es la más dramática constatación de que en esta guerra no hay lugar para la luz ni para los taquígrafos. Lo vemos cada noche en la mayoría de las cadenas --salvo raras excepciones-- que podemos sintonizar desde nuestras casas: consignas, relatos oficiales y sublimes grabaciones de acciones quirúrgicas, asépticas, delicadas y sin sangre. Esta guerra, entendida como película, es francamente extraña: la tele nos la pone cada noche, pero cada vez entendemos menos lo que pasa. No hay debates. Sólo hay gloriosos partes sobre heroicos avances. En A-3 TV, el aplicado Cymmerman se sube a la cubierta de los portaaviones aliados y se emociona una barbaridad viendo cómo meten las bombas en el interior de la ventresca alada. Y hasta le cae la baba. En TVE-1 incluso llegaron a ilustrarnos, al principio de la guerra, haciendo salir a un experto bursátil, un tal Henrik Lumholdt, que frente a una pantalla de ordenador ligaba las entusiásticas subidas de la bolsa con los avances aliados. O sea, la guerra según el silogismo más siniestro jamás contado: a más bombazos, más alegría en el parquet monetario. Frente a este panorama informativo, la palabra de Julio Anguita Parrado y la cámara de José Couso han sido silenciados. La muerte de estos compañeros trasunta algo más: también el periodismo está siendo, en esta guerra, rematado.

¡Acabemos con BTV! --. Nunca se había visto tropelía semejante. Merecen un castigo ejemplar. Estos pájaros de BTV (Barcelona Televisión) se han atrevido a llevar sus emisiones hasta el Vall¨s. Es indignante.