Y qué hace nuestra admirada Isabel Gemio? Pues sobrevive cada domingo entregando misivas sentimentales de criaturas compungidas (Hay una carta para ti , A-3). Con la que está cayendo, tiene su mérito trabajar la lágrima como lo hace ella. Le pone al asunto mucho cariño. Y se esfuerza en darle un aire pintoresco a programa tan contrito. Hace unas semanas, por ejemplo, en lugar de sacar personas humanas sacó a dos perritos. Por lo visto los canes también se escriben.

Y no me extrañaría --como siga esta moda del lenguaje pobre de los e-mail y de los mensajes sincopados de la telefonía-- en que ellos, los animales, acaben siendo los únicos en seguir fieles al género epistolar, aunque sea escribiendo en la bastardilla del ladrido. ¡Y encima les llamamos irracionales y bestias! Tiene delito.

Este domingo también se las ingenió Isabel para estar a la par de los tiempos. Como la noticia es la guerra, sacó a la soldado Sandra, bellísima integrante del cuerpo de Infantería que a estas horas --según contó-- ya debe de estar en Galicia sacando ese chapapote que sigue, y sigue.

Salió Sandra a requerimiento de su madre, doña Ana María, de Sabadell, que le mandó una carta disculpándose por haber dudado de su predisposición castrense. ¡Ah!, había que ver llorar a la madre al contemplar a su hija vestida color verde olivo. "Lágrimas blancas", decía Isabel con orgullo.

Tiene razón. Hay lágrimas blanquísimas, que no nacen del dolor sino del gozo. Son lloreras que dan mucho gusto. Reconforta pensar que Sandra esté ahora mismo arrodillada en una playa transformando el oficio de las armas en solidario y útil servicio público.

Qué distinto sería que ahora, a esta soldado, la mandasen en misión humanitaria hacia esa guerra que el trío de las Azores impulsa. Francamente, viendo la humanidad de las bombas que caen sobre Irak, el papel de Sandra, sin ella tener ni un milígramo de culpa, no lo entenderíamos.