Seguimos ayer en casa, con mucha devoción, la llegada del Papa a la base aérea de Cuatro Vientos. En particular la aplicada retransmisión en directo, sobre el terreno, que efectuó Alfredo Urdaci para TVE-1. Fue un trabajo basado en lo superlativo. Entusiasmante. Prácticamente una hagiografía, con el plus añadido de que el protagonista está vivo, lo cual siempre es mucho más agradecido. Decía Urdaci, exaltando la buena forma del egregio visitante: "El Papa tiene una actividad intelectual muy rica. Imparable. Y su agenda no la resistiría alguien 15 años más joven que él". Y una mezcla de Supermán y santidad nos invadía. Hoy no le vamos a reprochar a Urdaci ni el tono, ni el timbre, ni la grandilocuencia que imprimió a su verbo. No se trataba de recibir a Juan Pablo II de mala manera, estamos de acuerdo. Pero entre las muchas virtudes que resaltó del Sumo Pontífice --su infancia obrera en Polonia, su lucha contra el comunismo, su defensa de la vida...-- echamos de menos una referencia a la actitud de denuncia que ha mantenido el Papa sobre la guerra de Irak. Una postura que le ha granjeado --todavía más-- la simpatía de todo el mundo, juventud incluída. Por fortuna, a los televidentes siempre nos queda El guiñol de C+ para estos asuntos que tanto incomodan al Gobierno y que no tienen cabida en TVE-1. Pocas horas antes de ese acontecimiento magnífico de Cuatro Vientos, el Papa pasó por El guiñol . Usó la forma de muñeco, que también es muy virtuosa y sentida. Y allí, tras escuchar que Michael Robinson le decía: "¿Cómo encuentra usted España, Santidad?", contestó con aflicción: "¡Ah!, pues mire: Federico Trillo (ministro de Defensa) dice que no soy vinculante, y Gaspar Llamazares quiere condecorarme". Y con contrariedad muy profunda apostilló: "¡Ah!, ya no se distingue el bien del mal". Curiosa paradoja la de la España moderna de estos tiempos, sí señor: el del Opus y del Partido Popular le desautoriza, y el comunista de Izquierda Unida le premia.