Aquella mañana del 11 de marzo la tragedia también tocó de lleno a Extremadura. Muchos emigrantes e hijos de emigrantes extremeños utilizan a diario esos trenes para desplazarse a sus trabajos o lugares de estudio, a otros, por su profesión, les tocó atender a las víctimas. Estas son algunas de sus historias, un 11-M después del 11-M:

Pilar y Daniel

La cacereña Pilar Manjón, portavoz de la asociación de víctimas, perdió a su hijo Daniel, que viajaba en uno de los trenes. Asegura que fueron muchas las víctimas extremeñas. "Muchos se enterraron en Extremadura. No podemos olvidar que ese tren pasaba por una zona obrera, en donde se asentaron miles de emigrantes extremeños entre los años 50 y 60". Muchos murieron, entre ellos su hijo Daniel, "que era casi más extremeño que su madre. Todos los veranos los pasaba en Plasencia.".

A la cabeza le vienen cinco o seis familias de víctimas extremeñas, pero prefiere no desvelar su identidad por respeto hacia ellas, aunque sí destaca el caso de una familia de la localidad de El Bronco, "que forma parte ya de mi familia y yo de la suya".

Y es que Pilar Manjón mantiene ya vínculos afectivos con todas y cada una de las víctimas, "porque conozco sus vidas, sus sueños, sus nombres y han empezado a formar parte de mi corazón en 192 trocitos e incluso con mis heridos, como yo les llamo, prospero en sus avances. Y es lo que me hace levantarme por las mañanas". Afirma que los que son extremeños tienen "una ventaja, porque cuando huimos casi siempre lo hacemos a nuestra tierra y solemos quedar en Guijo, en El Bronco o en Plasencia y tomamos un café para ver cómo nos encontramos los días que pasamos por allí".

Eva

En El Bronco descansan los restos de Eva, tenía 30 años y toda la vida por delante. El 11 de marzo, como cada día, cogió el tren en Coslada, donde vivía con sus padres, para dirigirse hacia su puesto de trabajo, en la administración de lotería de Chamartín. Pero no llegó.

Sus restos descansan entre Tenerife y El Bronco, porque Eva era hija de una emigrante extremeña, Josefa Quijada, que se marchó siendo muy jovencita a trabajar a Madrid, y de Ponce Abad, natural del municipio burgalés de Castrillo de la Reina, que se crió en el Colegio de Huérfanos Ferroviarios en Madrid. Los familiares de Eva repartieron parte de sus cenizas en la Rivera del Bronco, un lugar muy especial para ella, donde le gustaba ir a pasear, a leer, a tocar la guitarra y sobre todo, a pasar largas veladas con sus amigos de El Bronco, una pequeña localidad de 70 habitantes entre Villanueva de la Sierra y Cerezo.

El matrimonio Abad Quijada, tiene otros tres hijos: Alberto, de 29 años, Silvia de 28 y David, el pequeño, de 24. Ninguno de los cuatro hermanos ha perdido la relación con Extremadura ni con El Bronco. En las vacaciones de verano, Semana Santa y largos puentes la familia al completo viajaba al pueblo, a descansar y a reencontrarse con viejas amistades. "A Eva le encantaba venir siempre que podía" apunta Josefa.

"Era una chica muy alegre y muy moderna", asegura su madre, que recuerda con cariño cómo se iba colocando piercings y tatuajes por todo el cuerpo. Fue uno de esos tatuajes el que ayudó a los forenses a identificar su cadáver horas después de la masacre, "un sol que llevaba en la espalda, muy bonito".

Aquella semana a Eva le tocaba trabajar de mañana en la administración de lotería de Chamartín, entraba a trabajar a las ocho. Josefa y Ponce se enteraron a primera hora de lo que había

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