"Es lo mejor para el país y para el partido", proclamó José María Aznar en el 2002 para justificar su negativa a optar a otro mandato al frente del Ejecutivo. Dos años después, su aserto se ha revelado erróneo, al menos en lo que atañe al partido. Sin valorar los beneficios que su retirada pueda reportar a España, lo cierto es que con sus decisiones Aznar ha dejado al PP en el momento más crítico de la última década. Y su propia figura, descabalgada del pedestal al que le había aupado la derecha.

Dos guarismos ilustran el súbito desmoronamiento del mito de Aznar: 201 y 35. El primero corresponde al número de víctimas mortales causadas hasta ahora por los atentados de Madrid, perpetrados por el terrorismo islámico; el segundo, a la cifra de diputados que el PP perdió en las elecciones, que le privaron del poder. Dos cifras por siempre malditas en la memoria de Aznar y presentes en su currículo. Dos números que aún martillean la conciencia de su malogrado sucesor, Mariano Rajoy.

Y es que la pasada semana, en las 90 vertiginosas horas transcurridas entre los atentados del jueves y las elecciones del domingo, Aznar dilapidó casi todo su legado como presidente del Gobierno y del PP; hipotecó a Rajoy y a los populares llamados a ser sus herederos; y, aunque tal vez tarde en aceptarlo, también empezó a redactar su propio epitafio político.

Hemorragia de votos

Imposible averiguar cuántos votos perdió el PP por el apoyo de Aznar a la guerra de Irak; cuántos por los atentados del jueves, represalia del terrorismo islámico por el alineamiento español con EEUU; y cuántos por las maniobras de ocultamiento que puso en marcha el Gobierno para atribuir a ETA la autoría de la matanza de Madrid.

Lo que parece evidente es que la sesgada información que el ministro Angel Acebes ofreció tras los atentados desencandenaron una verdadera rebelión democrática de la sociedad española, cansada de las manipulaciones gubernamentales.

En el fondo, durante esos tres días el titular de Interior se limitó a ejecutar las órdenes de Aznar, que en sus llamadas a los directores de varios diarios hizo lo mismo que su subordinado: desviar la atención. Como en el 2003, cuando, en pleno furor belicista, el presidente empeñó su palabra en televisión: "Pueden estar seguras todas las personas que nos ven de que les digo la verdad: el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva y vínculos con grupos terroristas".

Esta y otras inexactitudes sobre la amenaza que entrañaba Irak --las llamadas mentiras de la guerra -- calaron a fondo en la conciencia de los españoles, y se sumaron a otros episodios no menos reveladores del talante del Gobierno, como las crisis del Prestige y del caso Yak-42. La paciencia de los españoles estaba a rebosar, y para desbordarla bastaba con que el Ejecutivo deslizara una falsedad más. Sólo una. La que salió de la boca de Acebes, y que el pasado fin de semana tuvo por respuestas las manifestaciones frente a las sedes del PP y el voto de castigo en las urnas.

Ofertas laborales

Hasta el 11-M, el futuro de Aznar se antojaba halagüeño. Con su generoso gesto de ceder el testigo a Rajoy, el presidente, según pregonaban sus altavoces mediáticos, iba a ocupar un espacio privilegiado en las enciclopedias y los libros de historia. Tras el 14-M, el batacazo electoral del PP ha levantado tal polvareda que la figura de Aznar apenas se aprecia entre las ruinas del partido. En poco tiempo, su nueva condición de ex --expresidente, en su caso-- ensanchará el vacío de su dolorosa y anticipada jubilación.

Desde que diseñó su propia sucesión, el presidente del PP declinó desempeñar cargo público alguno. Ni escaño en el Congreso ni maniobras para presidir la Unión Europea. "A lo único que aspiro es a no molestar", comentaba con falsa modestia para aparentar que Rajoy había asumido ya el liderazgo del PP. Otras veces, menos humilde, se jactaba de tener varias ofertas laborales en cartera para el momento en que abandonase la Moncloa, algunas de ellas procedentes de Estados Unidos. Lo único seguro era --y es-- la presidencia de la Fundación de Análisis y Estudios Sociales (FAES), el laboratorio de ideas del Partido Popular.

Porque al equipo de Rajoy le urge más renovar el partido que honrar a los antepasados. "El regreso de Aznar a la primera línea está descartado. Siempre ha dicho que se iba y que no quería entrometerse; ahora es el partido el que no va a dejar que se entrometa", pronosticaba ayer un dirigente conservador. Sólo 48 horas después de la derrota de Rajoy, atribuida a los fatales errores cometidos por el Gobierno desde la brutal matanza del 11-M, el PP pasó ayer de elevar a Aznar a los altares a organizar su entierro --político, se entiende-- en el patio trasero del partido.