"Defendían a España y querían vivir en paz", decía en octubre el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, en un acto en Olivenza en homenaje a una de las más de 800 víctimas de ETA, el guardia civil Avelino Palma; pero sobre todo querían vivir. Este oliventino fue uno de los 53 extremeños que han perdido la vida a manos de la banda terrorista en su medio siglo de historia sangrienta. Pese a no haber atentando nunca en suelo extremeño, la banda sí lo ha hecho en la región. Las familias de este más de medio centenar de víctimas mortales y otro centenar de afectados extremeños siguen esperando respuestas y por ello Extremadura tiene también cuentas pendientes con la organización sustentada en una ideología independentista, que comenzó la lucha armada en 1960.

La mayoría de las víctimas de la región eran agentes de la Guardia Civil y de la Policía Nacional que ejercían sus funciones en el País Vasco en los años 80, una de las épocas más radicales de la banda con 98 muertos en solo ese año. Uno de esos 98 asesinados fue Palma, quien recibió un disparo a bocajarro que acabó con su vida con solo 31 años y con la de otros dos compañeros. Los tres vigilaban una carrera ciclista en la localidad de Salvatierra de Alava.

Pero fue años antes, en vísperas de la muerte de Franco, cuando ETA actuaba por primera vez en la región. Los guardias civiles Esteban Maldonado y Juan José Moreno, de 20 y 26 años, pasaron a engrosar la lista de víctimas del terrorismo del país un domingo de octubre de 1975. Naturales de San Pedro de Mérida y Villamesías, respectivamente, y destinados en el puesto de Mondragón, murieron por las heridas que les produjo la detonación de un potente artefacto explosivo cuando circulaban camino de Oñate (Guipúzcoa).

Tras los primeros vineron 51 más. Alfonso Morcillo murió de un tiro en la cabeza cuando iba a buscar su coche en diciembre de 1994 en Lasarte. Era sargento de la policía municipal en San Sebastián, donde desempeñaba su labor desde hacía 17 años, pero había nacido en Medellín, donde recibió sepultura. Era padre de tres hijos.

La última víctima extremeña también fue un agente, en este caso de la policía nacional. Domingo Durán murió en el 2003, siete años después de sufrir un atentado en Bilbao. Natural de Villar del Rey, custodiaba las oficinas del DNI de la capital vasca cuando una bala le alcanzó el cuello y quedó tetrapléjico; su compañero Rafael Leiva falleció en el acto.

Pero no todas las víctimas eran agentes, un menor de 13 años estrenó la lista de la veintena de niños asesinados por ETA. José María Piris nació en San Vicente de Alcántara pero encontró la muerte en Azcoitia (Guipúzcoa), a donde sus padres emigraron en 1973 en busca de un trabajo en las acerías de la zona. Una mañana del fatídico año 80, el pequeño regresaba de jugar al fútbol con los amigos cuando una bolsa de deporte en los bajos de un coche de un vecino guardia civil llamó su atención. La bolsa escondía una bomba que sesgó la joven vida de José M.

Ataques más sanguinarios

También Extremadura sufrió brutalmente algunos de los atentados más sanguinarios de la banda, como el ocurrido en 1991 el cuartel de Vic (Barcelona), en cuyo interior los etarras hicieron explosionar un coche bomba que mató a diez personas, entre ellas la extremeña Maudilia Duque, natural de Alburquerque de 78 años, que residía en el cuartel con su hija y su yerno, que también falleció ese día. La explosión causó además 44 heridos. Otro de los más atroces sesgó la vida de tres agentes extremeños de golpe en Sabadell en 1990 y otros tres procedentes de otras comunidades.

Después de estas dos sangrientas décadas, los 80 y los 90, la acciones de ETA han ido disminuyendo gracias también a los continuos golpes policiales. El último atentado se produjo el 16 de marzo del 2010 y acabó con la vida de un gendarme francés, Jean-Serge Nérin.