Desde primera hora de la mañana, Cáceres rezumaba Vuelta. Los puntos neurálgicos de la cotidianidad cacereña se despertaban invadidos por enormes trailers, policías locales, jardineros... Operarios aquí y allá apretando tornillos, colocando vallas, descargando material que dentro de unas horas volverán a cargar ante la mirada atónita de los que, ensimismados en su rutina, no caían en la cuenta de que se acercaba la serpiente multicolor . La ciudad se apresuraba en mostrar su mejor cara. La ocasión lo requería. Era un foco informativo de primer orden y había que estar guapa.

A Cáceres le encanta que vengan de fuera a alabar su prestancia, su belleza y su saber estar. Esta era una ocasión que ni pintada. Lástima del calor. "Pues han anunciado en la radio que vamos a superar los 40 grados", comentaban algunos camino del trabajo.

Los alrededores del Múltiple, el emblema del funcionariado local, cambiaba su faz dominante por una especie de algarabía más propia de la avenida de Portugal, cuando, en tiempos no muy lejanos, en sus aceras se ubicaban los turroneros y los perritos piloto .

Pero el comentario generalizado era el calor. En territorios lejanos y ajenos a la Vuelta, los turistas arrastraban pesadamente sus chanclas por las calles del Casco Histórico. Dos horas antes de la llegada y según ibas aproximándote al parque de Cánovas, los policías locales, los miembros de la Cruz Roja, DYA o Conyser y gran parte del público se agrupaba en torno a las escasas zonas de sombras. Las botellas de agua, los refrescos y los helados compartían protagonismo con las cámaras digitales o las camisetas de Cáceres 2016. La espera, demasiado larga para la veloz llegada de los corredores. Cáceres se volcó con los rezagados, con los descolgados, con los perdedores. Una sintómatica forma de demostrarles nuestra solidaridad. "A Cáceres le encantan los perdedores", decía alguien cerca. Podría ser peor.