Periodista

Qué nervios! Era jueves y había pleno. Ibamos a asistir a un duelo político en la Asamblea de Extremadura. Y no es que los demás días estuviéramos cruzados de brazos en Mérida. Pero es que los plenos, presididos por el bueno de Antonio Vázquez, eran lugar de encuentro; de trabajo distendido y a la vez intenso; de debates, rifirafes y tensiones; de enfados, murmullos y algún vituperio, perdonado por la intensidad con la que las señorías de los ochenta se empleaban.

Dos jueves al mes, los periodistas comprobábamos cómo Extremadura iba dejando de ser región para ser comunidad autónoma: leyes de hondo calado, algunas necesarias para el propio desarrollo autonómico, pasaban mensualmente por la cámara parlamentaria. Otras normas, polémicas y provocadoras (ley de fincas manifiestamente mejorables o la ley de caza), llevaban el marchamo progresista de quien las proponía: el PSOE. La oposición, con políticos con desparpajo y hábiles en el debate (Hernández Sito, Parejo o Martín Tamayo...), veía cómo sus intentos de enmendar la plana al Ejecutivo caían en saco roto debido a sus sucesivas mayorías absolutas.

Los primeros años, la Junta era una máquina de elaborar leyes; de negociar traspasos de competencias que por entonces únicamente gestionaban las comunidades históricas; y de buscar sedes para sus consejerías, que legislatura a legislatura se quedaban pequeñas ante el espectacular avance autonómico tanto en materias a gestionar como funcionarios a cargo de la incipiente administración autonómica. Fue un error, como se ha demostrado ahora, no montar una gran ciudad administrativa en las afueras de Mérida y empecinarse en reconvertir vetustos edificios en incómodos centros de trabajo.

No podemos obviar uno de los grandes hitos de la historia autonómica: el Día de Extremadura. Primero en Guadalupe y luego en Trujillo, miles de extremeños se congregaban en torno a dos objetivos: hacer región en una efeméride festiva y reivindicativa e intercambiar ideas y conocerse los del norte y los del sur; los del este extremeño y los del oeste.

Estas manifestaciones populares sirvieron para aparcar por un día --que no olvidar-- las rivalidades Cáceres-Badajoz y demostrar al resto de los españoles que Extremadura quería ser una más en el nuevo mapa autonómico.

Si las manifestaciones interiores fueron sonadas, también empezaban a ser sonoras las llamadas de atención que desde esta comunidad se hacían al Gobierno de Madrid. Pieza clave en ese hacerse oír fue Rodríguez Ibarra. El presidente de la Junta se hizo rápidamente un hueco en el panorama nacional y se encaró no sólo con sus compañeros de partido, sino con políticos nacionales tan emblemáticos como Jordi Pujol.

El devenir histórico nos ha ido llevando a una cierta normalidad. Ahora hay buenas vías de comunicación, las industrias proliferan, la calidad de vida ha aumentado considerablemente y cada vez necesitamos menos ayuda exterior para demostrar que los extremeños somos capaces de depender de nosotros mismos para hacer de ésta una gran autonomía, que en pocos años ha dejado atrás el cliché del blanco y negro para verlo todo bajo un prisma de color.